en/clave salvaje

En las calles, el desorden. La fuerza que desploma edificios; las manos iracundas que devuelven al suelo el cemento. Manos que antes cincelaron las estatuas de otrxs y que ahora vuelven finísimo polvo las grandiosas figuras de granito. Manos que derrumban a manera de construir. Manos que enfrentan paredes blancas y cruces, Manos que rozaron, o sostuvieron, o intercambiaron quién sabe qué con otras manos, unas que desnudas buscaron la humedad de la tierra que soporta sus cultivos. Manos, y piernas, y cuerpos enteros defendiendo sus territorios, anteponiéndose a los inmensos relatos del desarrollo entre el estruendo de las maquinarias del petróleo y los carros que transportan la madera y el mineral. Cuerpos que se miran a sí mismos, reconocen sus pieles y rostros y nombres. Cuerpos que se miran en los otrxs. Cuerpos que cargan con las memorias de violencia, que optan por aislarse para resistir. Cuerpos que deciden sobre sus cuerpos. Que se reúnen, a poca o mucha luz, que conversan y encuentran voces. Voces desde los márgenes, donde no hay sitio para la ley, porque allí la ley no cabe. Voces que cantan con lo que vive y no con lo que se acumula. Voces en la rabia y la ternura; en la lucha y el afecto. Voces capaces de robar para sí tiempo a los grandes relojes del progreso. Voces que incomodan. Voces que no sólo elevan el tono, sino que (re)inventan lenguajes. Los intercambian, los escriben, los desordenan. Trastocan los signos y sus sentidos. Desconfían de las narrativas. Desacralizan el mundo. Dejan de producir para reproducir. No son Estado.

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Estos son tiempos en los que el despojo y la violencia llevan la marca de lo moderno, de lo progresista, de lo civilizado. Muchos de los conceptos tradicionales de la crítica se encuentran desprovistos de sentido de realidad y gran parte de lo que se nombra a sí mismo como izquierda se ha convertido, a lo más, en un gestor mediocre de formas neoliberales de organizar la vida social. Son tiempos de crisis socioambiental sin precedentes, que amenazan la vida misma. Por eso, nos preguntamos por coordenadas que nos ayuden a posicionarnos en el mundo de manera digna e interpeladora. Lo salvaje emerge como una figura poderosa y orientadora en este propósito.

Frente al pensamiento colonial, patriarcal y capitalista, reivindicamos lo salvaje como una mirada subversiva para entender y abordar el estado de las cosas; que responde al deseo de no aceptar la costumbre y la imposición; que rehúye a nombrar el mundo de una manera que beneficia a unos pocos; que desnaturaliza los genocidios y los imaginarios desarrollistas. Lo salvaje está en las resistencias al control, las búsquedas de autonomía, las apuestas por la ternura contra la dureza del mundo. Lo salvaje está, también, en querer un mundo otro, o muchos otros mundos.

Esta revista es un enclave, un espacio —pequeño, pero espacio al fin— de debates y diálogos que intentan pensar en clave disidente, en/clave salvaje

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