Bolivia y los territorios “salvajes”
Una mirada a los silencios y omisiones de la historia boliviana
José Octavio Orsag Molina 1
Septiembre 2024
Este árticulo pretende discutir la forma en la que los territorios “salvajes” han sido construidos desde arriba, desde el poder nacional, desde el poder de los actores coloniales en las fronteras con los territorios indígenas independientes, construidos también a partir de la omisión de contar los procesos coloniales en estos espacios. Esta es una mirada autocritica, no desde los territorios que se mencionan sino desde nuestras propias construcciones narrativas sobre el espacio que hoy ocupa Bolivia, sobre la forma en la que se hablan de estos territorios y se describen a las personas que viven ahí. Es una crítica a la mirada de poder colonial que ha caracterizado las relaciones en estos espacios, pero principalmente en la reactualización de las relaciones coloniales en el presente.
Resumen
La historia de Bolivia está contada de forma tal, que tanto desde los centros históricos de poder como desde las miradas regionalistas esta aparezca como una continua marcha de la historia universal, de la civilización o el desarrollo y de los actores que supuestamente conducen la maquinaria nacional. Tanto desde la narrativa nacional como desde las regionales existe una omisión fundamental, el proceso de colonización y conquista de territorios de poblaciones independientes, su transformación en haciendas privadas o tierras baldías. Cambiar nuestro enfoque sobre esta tierra hoy llamada Bolivia y ver su historia desde estos territorios tiene el potencial de cambiar fundamentalmente lo que entendemos y pensamos sobre Bolivia, su proceso de formación, los actores clásicos de la historia boliviana, los momentos emblemáticos pero principalmente las formas en la cuales en el presente se proyectan promesas de riqueza, productividad y crecimiento económico sobre los mismos territorios que en algún momento fueron descritos como salvajes. El enfocarnos y centrarnos en estos espacios y los procesos que sufrieron permiten cuestionarnos sobre aspectos centrales y las crisis del presente. La preocupación ambiental y social sobre los procesos de avasallamiento sobre la Amazonia y otras regiones de los orientes, vistas desde una óptica histórica tiene el potencial de replantearnos los lenguajes, las narrativas y los enfoques que utilizamos al hablar sobre estos espacios principalmente a la hora de criticar el lenguaje de desarrollo y modernidad.
Palabras clave: Amazonia, Historia, Colonización, Omisiones, Modernidad
Introducción
La palabra «salvaje», junto a sus múltiples sinónimos (bárbaro, natural, feroz, caníbal, chuncho, chama, etc.), parece proyectar poco más que una imagen simple de personas «no modernas», de individuos en un estado casi de animalidad. Para la mayoría de quienes escuchamos este término, lo primero que viene a la mente es la imagen de personas apenas vestidas, al borde de la inanición, viviendo y sobreviviendo en enigmáticos ambientes tropicales. Como menciona la arqueóloga Denisse Schaan, esta imagen específica es la que la mayoría de las personas tienen cuando piensan en las poblaciones indígenas de la Amazonía, y es producto de los procesos coloniales de más de 400 años de conflictos entre sociedades indígenas e intrusos en sus tierras (Schaan, 2016: 9).
Esta es una imagen estática, una imagen que pretende congelar en el tiempo nuestra percepción sobre lo que ha sido y es indígena en territorios como la Amazonía, pero principalmente es una imagen que borra la historia. Cuando se piensa en lo “salvaje”, es inevitable pensar en su opuesto: lo moderno, lo civilizado y su supuesto continuo dinamismo. En oposición está lo “salvaje”, casi indistinguible de lo natural, casi una característica geográfica del terreno descrito.
Este articulo pretende discutir la forma en la que los territorios “salvajes” han sido construidos desde arriba, desde el poder nacional, desde el poder de los actores coloniales en las fronteras con los territorios indígenas independientes, construidos también a partir de la omisión de contar los procesos coloniales en estos espacios. Esta es una mirada autocritica, no desde los territorios que se mencionan sino desde nuestras propias construcciones narrativas sobre el espacio que hoy ocupa Bolivia, sobre la forma en la que se hablan de estos territorios y se describen a las personas que viven ahí. Es una crítica a la mirada de poder colonial que ha caracterizado las relaciones en estos espacios, pero principalmente en la reactualización de las relaciones coloniales en el presente.
Lo que pocas veces se pone en discusión es cuánto ha afectado la visión de territorios y personas salvajes en la concepción de, nuestra historia; de una historia nacional, e incluso de las historias regionales. Es necesario hacer una reflexión de la historia como un acto político en el que la forma en la cual se narra se escribe y se enseña historia es una forma de resaltar ciertos procesos, actores y ocultar otros. Un ejemplo de esto es la poca mención del rol de la colonización y conquista sobre los territorios que se consideraban salvajes durante el siglo XIX y parte del XX en la formación de nuestro país. Por otro lado, existe una relación directa entre la concepción de tierras y personas salvajes, su omisión histórica y la Bolivia del presente. Prueba de ello son los discursos gubernamentales de la Marcha al Norte como una nueva apuesta civilizatoria de desarrollo y modernidad que busca utilizar los recursos «inaprovechados» del norte boliviano, así como el Modelo Cruceño promovido como fórmula ideal de desarrollo económico y social para Santa Cruz y todo el país.
“Desde una perspectiva de la historia de los territorios «salvajes» como una construcción de poder, estos proyectos son iguales a pesar de su aparente oposición; simplemente está en disputa quién (disfrazado bajo la narrativa de «desde dónde») puede civilizar/modernizar mejor a Bolivia.”
Esto se hace evidente cuando vemos cómo se caracterizan las regiones donde se concentran las aspiraciones económicas en la Amazonía: estas aparecen como vacías, sin historias, como continuas reencarnaciones de El Dorado, donde la población ya ha sido incorporada al mercado y la nación y se niegan los continuos procesos coloniales.
Tanto para el proyecto gubernamental y el discurso progresista, como para el polo cruceño y su enfoque más liberal, la Amazonía, por ejemplo, aparece como la promesa de un futuro de plantaciones. El proyecto nacional de palma africana y biodiésel no parece muy opuesto al proyecto de expansión de soya y ganado. Ambos comparten el mismo sistema de financiamiento, estructuras de propiedad, inversiones en infraestructura y cadenas de valor. Se constituyen sobre las mismas nuevas normativas, como el Plan de Uso del Suelo ya aprobado para Beni (PLUS-Beni) y próximamente el Plan de Uso de Suelo de Pando.
Solo a partir de una mirada que desentrañe la forma en la que se han construido los denominados territorios salvajes entendemos que las apuestas económicas, planes políticos y agendas partidarias están construidas sobre estructuras mucho más profundas que los debates polarizados contemporáneos. Estas se construyen sobre percepciones, idealizaciones e historias no contadas.
Este artículo pretende mostrar específicamente cómo, desde los territorios históricamente pensados como «salvajes», se ha construido una imagen de Bolivia que condiciona su futuro. Esta imagen determina la forma en la que, sin importar el partido político de turno, los proyectos y aspiraciones sobre territorios considerados como bolivianos, pero vaciados de su propia historia, van a ser similares, casi idénticos.
Y es esta historia no contada, la historia en la cual territorios y regiones indígenas independientes pasaron a ser parte del territorio legalmente constituido como Bolivia a lo largo de 200 años, la que nos permite revertir la forma en la que miramos y entendemos este país. En un momento como el presente, donde la ansiedad ambiental, social y económica se proyectan hacia la Amazonia, la cual se convierte en el centro de múltiples miradas, es importante entender los procesos de omisión y silencios que condicionan las formas de hablar de estos territorios.
Territorios salvajes y el olvido de una historia
La población local no solo era vista como obstáculo al comercio; en ocasiones, también se buscaba aprovecharla. Al sur de Santa Cruz, cruzando el río Grande en pleno Chaco, el subprefecto Bernabé Arauz respondió a las denuncias realizadas por el comandante Martínez en el periódico La Estrella del Oriente. Estas afirmaban que 32 «peones» que Arauz enviaba desde Caipiendi para las obras del camino de la Sierra, bajo órdenes del capitán José Capita Catuari, en realidad eran traficados como trabajadores para las barracas gomeras en el Beni8. Durante el tránsito al río Grande, estos peones fueron alertados de su verdadero destino, por lo que huyeron a sus hogares para luego escapar a la provincia Azero y a la República Argentina9.
Este incidente entre Arauz y Martínez revela otra faceta de la historia. Las fuentes sugieren que las poblaciones locales establecían acuerdos laborales con las autoridades de los fuertes en un contexto de pérdida de soberanía debido a la expansión de las haciendas ganaderas en territorio guaraní. Este fenómeno, lejos de ser único, refleja las estrategias de supervivencia y adaptación comunes en las fronteras indígenas-colonas de toda Latinoamérica (Roller, 2021).
“Esta sección no pretende ser un estudio exhaustivo sobre los territorios indígenas autónomos en el actual departamento de Santa Cruz. Sin embargo, busca resaltar cómo un tema crucial para entender la consolidación territorial de Bolivia —el avance sobre diversos territorios indígenas— ha sido sistemáticamente omitido de la historia oficial.”
Santa Cruz fue elegida ejemplo por su importancia desde finales del siglo XIX como la principal ciudad en los llamados orientes de Bolivia, con un amplio impacto colonial en las regiones aledañas (Guiteras Mombiola, 2012; Lema, 2009). Una visión positivista del progreso podría sugerir que, en las proximidades de una ciudad importante con un legado colonial significativo, la presencia de poblaciones indígenas independientes sería menor. Sin embargo, la historia demuestra lo contrario. Además, el caso de Santa Cruz es relevante por su fuerte tradición de historia regional que omite el desarrollo comercial de la ciudad a expensas de los territorios indígenas circundantes.
Lo ocurrido en las cercanías de Santa Cruz no fue un caso aislado, sino un fenómeno generalizado en las regiones de expansión comercial de finales del siglo XIX. En la región del Iténez beniano, por ejemplo, la población Moré, conocida en las fuentes como los indios Iténez, «que estorbaban» a los comerciantes en el río Memoré, quienes solicitaban la fundación del fuerte de la Horquilla para asegurar el comercio y alejar a la población indígena (El Correo del Beni, 29-04-1894). El periódico La Voz del Ytenez en 1906 defendía explícitamente: «que el sistema de colonias militares es el mejor, aunque antiguo, para difundir la civilización entre hordas indómitas, no cabe ni aun dudarlo, y a su superioridad sobre el de las misiones religiosas esta histórica y estadísticamente comprobado. Yankees, argentinos, y chilenos en Américas, no han sometido las tribus indómitas de sus territorios y convertido sus selváticas regiones en centro de cultura, sino por las armas en la colonia militar» (La Voz del Itenez, 08-12-1906).
También son conocidos los varios intentos de exterminio de la población ese’ejja en el norte de La Paz durante el periodo de la goma. En 1893 sufrieron el primer intento de exterminio por parte de Alfred Mouton, francés encargado de las barracas gomeras del río Madidi, que se jactaba de haber matado alrededor de 80 personas (La Gaceta del Norte, 30-10-1893: 4). En 1899, el nuevo encargado Fernando Goguet, junto a 27 tiradores, se internó en el territorio Ese’ejja y abatió, según los informes, a más de 100 personas, tomando prisioneros a mujeres y niños para «reducirlos a la vida civilizada» (La Gaceta del Norte, 20-12-1899: 3).
Según el explorador sueco Erland Nordenskiöld, quien viajó por la región en 1910, los ese’ejjas no habían sido exterminados y muchos habían sido sometidos por la fuerza a trabajar en las barracas gomeras. Aun así, mucha gente en la región opinaba que sería importante exterminarlos bajo la justificación de que le habían comprado «al Estado boliviano una gran región en la que los indios salvajes impedían hacer su trabajo. Nuestro dinero no da ningún beneficio; por tanto, tenemos que desalojarlos, matarlos o apresarlos» (Nordenskiöld, 2001, p. 412).
El objetivo no es crear una leyenda negra en Bolivia, pero tampoco se puede borrar el genocidio y la violencia en la expansión comercial de finales del siglo XIX, momento en el cual podríamos decir que esa misma expansión comercial dio forma geográfica a lo que entendemos hoy por territorio boliviano. Estamos ante un proceso constitucional del poder local, pero también de la estructura del estado nación. Inclusive podríamos establecer que el derecho de conquista sobre las poblaciones independientes en diversas partes de los orientes bolivianos fue crucial para construir la territorialidad nacional de forma legal. Un ejemplo de esto es la ley de tierras del 23 de febrero de 1878, en la cual se concedía «una legua cuadrada de tierra en el rio Inambary, Madre de Dios, Purús y otros del oriente a cada uno de los exploradores que con sus propios medios lograsen adquirir terrenos ocupados por los ‘barbaros'» (Gamarra Téllez, 2018, p. 86).
Una mirada amplia de los procesos de apropiación, usurpación y expulsión de poblaciones indígenas en todo el territorio boliviano durante este siglo XIX cambia completamente la perspectiva de lo que implica la historia boliviana de formación del estado nación. Pero quizá la pregunta más importante que deberíamos hacernos es: ¿Por qué no mencionamos ni pensamos en estos procesos como procesos constitutivos de lo que es la estructura nacional, tanto en sus dimensiones nacionales de territorialidad, como de poder local a partir del enriquecimiento y apropiación de tierras por élites locales? ¿Acaso podríamos entender la historia boliviana sin mencionar cómo los territorios de diversas poblaciones locales pasaron a ser el núcleo de las tierras públicas bolivianas? ¿Por qué hemos contado la historia boliviana como un proceso en el cual simplemente Bolivia, representada por un sector muy reducido en el siglo XIX, ocupó «lo que le correspondía»? ¿Por qué no se mencionan en las historias nacionales y regionales los violentos procesos de expansión sobre territorios indígenas independientes o autónomos? Pareciera que asumimos que casi por arte de magia, tras la firma de la independencia en 1825, los territorios indígenas tanto en los Andes como en los orientes pasaron a ser tierra boliviana.
Bolivia y una historia universal
La idea de Bolivia como país, al igual que la de muchos estados latinoamericanos, se construye sobre la noción de un camino constante hacia un futuro promisorio: primero hacia la civilización, luego al progreso, a la modernización y al desarrollo, casi de forma cronológica. Las ideas sobre civilización —es decir, sobre un camino que acerque a las personas y los territorios americanos cultural y moralmente a lo que en el siglo XIX se consideraba el ideal europeo— son inseparables de la concepción de naciones independientes que proyectaban las élites constructoras de las independencias. Debemos preguntarnos, entonces, cómo se ha construido desde sectores específicos de la sociedad boliviana la narrativa nacional y cómo esto, a su vez, invisibiliza procesos, aproximaciones y territorios que no encajan en el imaginario de lo nacional.
Esta construcción de una narrativa nacional, de un imaginario de nación, parte de una definición colonial moderna del futuro, como ya mencionamos. Siguiendo a Margarita Serje, «quizá el principal de los artefactos discursivos que sustentan al Estado sea el que su concepción de la legitimidad y la soberanía se basa en una noción particular de la historia» (Serje, 2005: 33). Los corolarios de esta historia única sobre la cual se construye la narrativa nacional son: «primero que la historia de cualquier pueblo del planeta se inscribe dentro del marco unitario de una misma ‘historia universal’ y el segundo, es que el marco para entender cualquier historia es el de las categorías modernas de la historiografía occidental y de la economía política que ésta sustenta» (Serje, 2005: 33).
“La idea de una historia universal a la cual todos los pueblos se adscriben se relaciona también con una forma específica de pensar la evolución social de dichos pueblos, en la cual se crean categorías específicas de transición entre el salvajismo y la civilización (por ejemplo: nómadas, agricultores, imperios, estados).”
No es casual que esta idea de historia universal, de evolución social de los pueblos en los que se inscribe la historia nacional, haya servido para borrar, homogeneizar y asumir la historia de la humanidad, principalmente de pueblos no inscritos en la línea evolutiva occidental.
La reciente obra de David Graeber y David Wengrow representa un revés a la historia universal y la filosofía de la historia. En ella, principios fundamentales del pensamiento occidental como el origen de la desigualdad, la idea de libertad, nociones de complejidad política o la evolución social pierden el aura de «leyes naturales» y se convierten en afirmaciones políticas que han guiado la colonización y los principios de universalidad sobre los cuales se ha construido la idea de nación y modernidad en el presente (Graeber y Wengrow, 2021).
La fijación de las élites nacionales por las ideas de civilización puede entenderse no solo como un deseo material de transformación de sus espacios, sino también como una afirmación de su participación en el gran mito de la historia universal. Manuel Macedonio Salinas, comerciante cochabambino, proponía en 1871 el desarrollo comercial a través de la navegación de los ríos amazónicos como el ideal de civilización y nación en Bolivia, sus ideas ejemplifican estos intentos de narrar esa historia universal. Salinas afirmaba: «En un país donde el comercio floreciera todo es vida útil, es un lugar donde florecen las ideas del orden y moralidad, donde los ciudadanos aman el trabajo». Argumentaba que el comercio transformaría las bellas hoyas del Mamoré y el Beni, dejando de ser meros estímulos para la imaginación de los viajeros por su aspecto poético, y superando su estancamiento en el salvajismo para ser útiles a Bolivia. Sostenía que solo a través del comercio se podría poblar el Beni, Guarayos, Chiquitos y Santa Cruz (Salinas, 1871, p. 28). Afirmaciones similares abundan en la literatura boliviana del siglo XIX, tanto desde los Andes como desde las élites del oriente, unificadas aparentemente por su misión civilizadora sobre tierras que ambas consideraban salvajes.
Fernando Coronil señala: la característica ambivalente del “discurso latinoamericano de modernidad está en su rechazo a la dominación europea pero su internalización de la misión civilizatoria, que ha tomado la forma de un proceso de auto colonización que asume formas distintas en distintos contextos políticos históricos» (Coronil, 1997, p. 73). Esta interiorización de la misión civilizatoria trasciende el aspecto meramente moral, manifestándose en elementos cruciales para la construcción de la nación, como el papel atribuido al comercio y la economía, y su impacto directo sobre la propiedad de la tierra.
No obstante, es necesario precisar que definir esto como un proceso de auto colonización implica una reificación de los estados nación, sugiriendo erróneamente que los estados poseían efectivamente la tierra que aspiraban solo debían reclamarlas. El proceso de colonización no puede considerarse auto colonización, pues las fronteras internacionales trazadas en los mapas del siglo XIX se dibujaron sin consideración alguna por los territorios indígenas independientes. En este sentido, el proceso debe entenderse como una conquista, usurpación y apropiación de territorios indígenas autónomos.
No todas las personas, históricamente, encajan en el ideal de sociedad y economía que aspira el sueño civilizatorio por parte de las élites latinoamericanas, de ahí su carácter de segregación, no solo en cuanto a quienes construyen la nación sino también en cuanto a la historia de quienes se escoge contar. «Se parte aquí entonces de la consideración de que la nación se ha definido en contraposición a sus «confines»: a aquellas áreas geográficas habitadas por grupos aparentemente ajenos al orden del Estado y de la economía moderna, que históricamente no se han considerado ni intervenidas ni apropiadas por la sociedad nacional, y que por ello han representado un problema para el control y el alcance del Estado» (Serje, 2005: 20).
Bolivia no escapa a la construcción de lo nacional desde una mirada civilizatoria, modernizadora, en toda su ambivalencia.
“Es justamente en esta internalización de la misión civilizatoria que la historia de los territorios «salvajes» se convierte en símbolos centrales de la construcción de una narrativa nacional.”
Primero, por su oposición en el juego narrativo civilizatorio, lo nacional se convierte en opuesto a lo “salvaje”. Segundo, y a consecuencia de lo primero, por su total ausencia, la historia universal contada desde Bolivia no es la historia de la conquista de estos territorios sino de la marcha constante hacia la civilización/modernización. Tercero, construida sobre las suposiciones de la historia universal, se encuentra una supuesta lógica racional que justifica la desaparición de los pueblos indígenas independientes de forma natural; se asume que estos pueblos preferirían vivir en civilización o que fueron absorbidos como peones en las haciendas.
Parece como si las palabras de José Manuel Pando, quien afirmaba que «las causas constantes que actúan en la naturaleza, como auxiliares de la civilización terminarían por reducir o someter» a las poblaciones indígenas independientes cuando hablaba de aquellas que habitaban los márgenes del río Madre de Dios, Bajo Beni y Acre en 1894, se convirtieron en la forma de contar y simplificar la historia de diversas sociedades indígenas de los orientes (Pando, 1894, pp. 212-213). Los procesos humanos de colonización de los territorios, correrías en busca de esclavos, pérdida de territorios y movilidad indígena, aparecen en las palabras de Pando como causas constantes de la naturaleza y no como actos deliberados por controlar territorios a la fuerza.
La narrativa de una historia natural o universal en aquellos territorios pensados como “salvajes” dio como resultado la construcción de una serie de imaginarios tanto populares como académicos respecto a estos territorios. Territorios vacíos, desiertos, espacios naturales, habitantes que desaparecieron hace mucho por causas naturales, son las diversas formas en las que la idea de «causas constantes de la naturaleza» se ha actualizado y reactualizado. El vacío demográfico, o la falta de manos aptas para el trabajo, es quizá una de las continuidades más claras de la misión civilizadora. Estas fueron la justificación central para promover la migración a regiones amazónicas durante el siglo XIX, junto a atribuciones raciales de capacidades de trabajo (Leal, 2021: 43-45).
Estas ideas que atribuyen características específicas tanto al territorio como a las personas que migran no quedaron en el siglo XIX y aún son centrales para definir migraciones deseables e indeseables hoy en Bolivia.
El Estado en su forma colonial, más allá de la visión regionalista
Si bien es posible definir que hay un marco colonial interestatal, es decir, un corpus de ideas, estrategias y marcos legales generales comprendidos por diversos estados nación latinoamericanos que han servido para la transformación de territorios independientes en tierras nacionales, es importante señalar un aspecto distintivo en Bolivia. Al hablar de estado nación en Bolivia, inevitablemente surgen definiciones muy vinculadas a la coyuntura política de las últimas décadas, es decir, a la idea de un estado central ubicado en La Paz versus los orientes representados por las luchas e intereses de las élites de la ciudad de Santa Cruz. Si bien esta construcción proviene de largas reivindicaciones y necesidades clamadas por la élite regional cruceña desde finales del siglo XIX, es importante analizar este proceso en su contexto nacional y su evolución histórica.
Pero para entender esto, quizá las preguntas principales a considerar son: ¿qué entendemos por Estado?, ¿cómo entendemos esto en su progresión temporal e histórica en Bolivia? y ¿qué tiene que ver con los territorios salvajes?
Quizá la definición más importante para entender estas preguntas es la que permite concebir el Estado no como una construcción abstracta y monolítica, sino más bien como un conjunto de relaciones sociales, completamente marcada por las distinciones de clase y raza a lo largo de la historia. En ese sentido, el Estado tiene que ser entendido como una institucionalidad que responde a las visiones, los intereses y las prácticas de los grupos particulares que tienen acceso a «ser» el Estado, junto a la apropiación y construcción de una historia universal boliviana que se dirige al ideal civilizado.
Pero también es crucial entender el estado como una negociación entre diversos grupos de poder que, en regiones no «centrales», se constituye a partir de quienes hablan y deciden en nombre del estado, al definir cuál es, desde su perspectiva, la lectura legítima de la realidad; en fin, a determinar su proyecto. «Desde este punto de vista, es importante a su vez reconocer que los gobiernos y las administraciones no tienen un control hegemónico del Estado, en la medida en que las instancias locales y particulares del Estado se transfieren —en el marco de negociaciones diversas— a grupos específicos» (Serje, 2005, p. 31).
Una creciente discusión desde los estudios amazónicos convoca a repensar quiénes han ocupado históricamente el rol del Estado, pero, más importante aún, quiénes tienen el poder de hablar en nombre del Estado en regiones de frontera. Esta reflexión parte de desmentir la idea del mito de la ausencia del Estado, entendiendo que en zonas apartadas o zonas de las llamadas fronteras lo que realmente hubo fueron diversas formas de delegar las funciones del Estado a otros actores como comerciantes, misioneros, militares, etc. (Mongua Calderón, 2022: 7). «Se trata de un mito en el sentido de Barthes que tiene una función social concreta y que, de hecho, funciona como una cortina de humo que oculta una serie de condiciones de estas regiones y sus pobladores, al mismo tiempo en que legitima y encubre una línea bastante clara de prácticas e intervenciones para anexar [las regiones de frontera, salvajes, periféricas] a los circuitos de la economía capitalista mundial» (Serje, 2012: 10).
Además, lo que permite entender que nunca hubo una ausencia del Estado, es centrar la mirada sobre aquellas figuras privadas sobre quienes recaían las funciones del Estado10.
“El hecho de entender cómo personas individuales ejercía roles del estado en las zonas de frontera es una contribución central para la historia de estas regiones, como también para la historia de la expansión capitalista en estos territorios, ya que usualmente se consideraba a las élites locales en estas regiones como constructoras de proyectos regionales completamente desconectados y opuestos al gobierno central (Barclay, 2009; Gamarra Téllez, 2018).”
Es decir, hay que entender que estos actores privados en las fronteras de las poblaciones indígenas independientes dieron forma a la estructura legal y al aparato mismo del estado en su proceso de formación a partir de sus propios intereses en un contexto de conquista y colonización; lo que permite dejar de pensar el Estado como algo acabado y en oposición a las elites y sectores privados.
Es crucial evidenciar la estrecha relación entre la construcción de un Estado, su administración y los sectores privados que efectivamente se expandían en las fronteras. Estas son mutuamente dependientes. El Estado garantizaba la propiedad privada en zonas de frontera tanto frente a los grupos «salvajes» como también frente a la pretensión de otros sectores privados respaldados por otros estados nación. Por su parte, los sectores privados de colonización podían plantar la bandera nacional en territorios reclamados por otros estados o considerados «vacíos». Es en ese sentido que la estructura colonial del Estado en territorios de poblaciones independientes está constituida por ambos, por un sector privado de colonos que se expanden y reclaman propiedades y comercio, y un aparato administrativo que legitima dicha expansión.
De civilización a modernidad.
Si bien hablar de civilización parecería descontextualizado desde una perspectiva del presente, sabemos que esta idea no se detiene y se reactualiza con nuevos lenguajes. Diversos ejemplos en la historia latinoamericana evidencian la resignificación y reactualización de las estructuras de poder. Alexandra Minna Stern, por ejemplo, relata cómo las definiciones racistas de segregación usadas en México a finales del siglo XIX dieron paso al lenguaje de la biotipología que revitalizaban viejas imágenes sobre la debilidad y melancolía indígena, como también tropos sobre civilización y barbarie (Stern, 2003: 188).
Si bien los técnicos encargados de crear las técnicas para categorizar a las personas e imponer un nuevo orden social después de la revolución mexicana se basaban en un rechazo de las teorías de superioridad racial, las categorías objetivas e imparciales que inventaban estaban igual de cargadas de preconceptos y contradicciones como los paradigmas raciales previos (Stern, 2003: 196). La definición de raza y etnicidad usadas en este contexto quedaban disimuladas, eran ambivalentes y poco claras, pero aun operaban en la forma de construir diferencia social (Stern, 2003: 204).
Además del ejemplo que presenta Stern en la forma de reactualizar y reconstruir las diferencias sociales y su justificación, en América Latina existe un ejemplo mucho más cercano a la historia de los territorios de poblaciones independientes en Bolivia. Esta es la reconceptualización de territorios salvajes a regiones subdesarrollados en el lenguaje que las dictaduras militares brasileñas utilizaron para iniciar el proceso de colonización «moderno» en la Amazonía de dicho país a partir de 1964.
Durante este periodo se desplegaron en Brasil una serie de definiciones nuevas sobre la Amazonía en las cuales conceptos como modernidad, tecnología y la necesidad de invertir capital para generar desarrollo se vuelven centrales. La Amazonía se convirtió para Brasil en una vitrina para mostrar las políticas de desarrollo, principalmente tras su definición como una «región de pobreza», «el ‘tercer mundo’ de Brasil» que «necesita desarrollo urgentemente» (Acker, 2017: 38).
Era una guerra contra la naturaleza, y justamente esto es lo que planteaban las instituciones enfocadas en financiar la colonización. Desarrollo significaba la dominación de la naturaleza por el hombre, mientras que, en el subdesarrollo, decían, se daba lo opuesto, la naturaleza imponía su regla al hombre. Como menciona el historiador Antoine Acker, la «Operação Amazônia» —el plan militar de colonización y dominio amazónico en Brasil— era también una guerra, en palabras de la dictadura militar, contra «las mentalidades subdesarrolladas que gobernaban la región del Amazonía, una región mendiga, caracterizada por su parasitismo, con una mentalidad emprendedora en estado primitiva, dubitativa y cobarde, con una cultura carente de expresión creativa, y habilidades técnicas en estado de inferioridad» (Acker, 2017: 56).
Las ideas y la resignificación de la Amazonía como una región de subdesarrollo no se diferencian casi en nada de las definiciones que se planteaban en el siglo XIX. El explorador peruano-italiano Antonio Raimondi, por ejemplo, describía en 1876 a la población y la región amazónica como una región donde «la naturaleza reina todavía como absoluta soberana, y sus sencillos moradores, viviendo casi instintivamente como los animales, están del todo dominados por ella» (Raimondi, 1876: 353). Este es quizá el ejemplo más claro de cómo la misión civilizadora del siglo XIX pasa inadvertida como un principio modernizador, bajo nuevos lenguajes de desarrollo y subdesarrollo, pero esta vez completamente articulada a nuevas formas de colonización y financiamiento.
La Reforma Agraria como hito de civilización
La importancia de esta transformación del principio civilizatorio en principio modernizador y desarrollista es crucial para entender los procesos de la actualidad boliviana, y quizá más que todo, el surgimiento de Santa Cruz como eje económico de Bolivia. Históricamente, el punto de referencia es la Reforma Agraria y la Revolución del MNR, momento a partir del cual el ideal de crecimiento de la producción agraria se centra en la expansión de áreas cultivadas en tierras bajas. No obstante, el lenguaje político y económico con el que se ha contado esta historia es una consecuencia directa del legado de la invisibilización de la historia de colonización de los territorios salvajes.
La narrativa sobre la Amazonia y los orientes en los libros de historia y en el imaginario nacional solo es importante en cuanto a datos económicos del crecimiento de la producción agraria. Aun así, no es común en el mismo lenguaje económico hablar de la reforma agraria desde una perspectiva nacional en la cual el principal objetivo no sea la restitución de tierras, sino la creación de una economía basada en la agricultura comercial. Al final, los latifundios en Santa Cruz nunca sufrieron el mismo proceso que en las tierras altas, sino que fueron mutando a través del tiempo. Así como el principio civilizador se convirtió en modernización, los latifundios se convirtieron en empresas agrarias definidas, según el MNR, por la inversión de capital suplementario a gran escala, trabajo asalariado y empleo de medios técnicos modernos (Soruco et al., 2008; Orsag y Guzmán Narváez, 2021). Esta omisión de una interpretación económica nacional de la reforma agraria puede ser atribuida a una visión andinocéntrica de la historiografía.
Por otro lado, es importante resaltar las formas distintas de contar la historia de la reforma desde los Andes como desde los orientes. Existe un gran contraste en la forma en la cual se narra e investiga lo sucedido en tierras altas, donde se describe el proceso en su complejidad histórica: como conflicto político, desde las estrategias campesinas e indígenas para recuperar la tierra, desde la negativa del MNR y la presión de las bases, desde la influencia norteamericana, las discusiones de la COB, etc. (Dunkerley, 2003; Soliz Urrutia, 2022). Mientras que, del otro lado, con contadas excepciones, prevalece un lenguaje económico en el cual los principales actores son las élites cruceñas, los diversos organismos de cooperación internacional como USAID y, recientemente, la población migrante (Soruco et al., 2008; Pruden, 2012; Gill, 2019; Nobbs-Thiessen, 2020; Gustafson, 2020).
En la historia de la Marcha al Este, como se nombró todo el programa económico del MNR destinado a impulsar la agricultura comercial del oriente, no se mencionan efectos sobre comunidades indígenas locales, tampoco conflictos por las tierras entre pequeños propietarios y grandes terratenientes.
“Pareciera que la evolución de Santa Cruz es la historia de la marcha moderna de la historia universal, una en la que solo se discute quiénes fueron los artífices del milagro cruceño y no sobre quiénes se construyó dicho “milagro”.
Sin lugar a duda, quedan muchas preguntas y, principalmente, voces y perspectivas que necesitan ser exploradas en futuras investigaciones, pero es importante mencionar que existe un creciente interés por contar de forma distinta estos procesos; la tarea entonces es disputar también esa historia universal boliviana, nacional como regional; desde estas nuevas voces12.
Además de la ausencia de voces diversas, históricamente ocultas entre las narrativas de la historia nacional andina y la historia regional cruceña, también podemos mostrar cómo la historia universal boliviana, pero principalmente el legado de la invisibilización de los procesos de territorios «salvajes», afectan la forma en la que interpretamos la historia que se cuenta sobre la reforma agraria. Los territorios considerados “salvajes” fueron —y son— convertidos en la narrativa nacional y regional en zonas de frontera, lo cual «conlleva una operación discursiva que es la base para delimitar las intervenciones que pueden allí considerarse viables y tolerables, para definir el encuentro cultural como un encuentro de frontera» (Serje, 2005: 23). Es crucial prestar atención a las categorías con las cuales se definen estas regiones, pero también a las relaciones y prácticas que estas categorías hacen posibles (Serje, 2005: 23).
Las construcciones de la idea de frontera fueron cambiando a lo largo de la historia nacional. Para el siglo XX, como vimos en el caso de Brasil, la frontera salvaje se había convertido en una frontera donde se proyectaban nuevas metáforas, principalmente alrededor de ideas de modernidad. La construcción de la frontera en el siglo XX y su importancia para las proyecciones nacionales eran, para esta época, una amalgama de consideraciones demográficas, ansiedades sobre los límites nacionales e imperativos de desarrollo (Nobbs-Thiessen, 2020: 29).
La idea de frontera fue central en la concepción económica y territorial de la Marcha al Este para el MNR. El proyecto del MNR cargaba en sí mismo todas las ansias por construir efectivamente la nación boliviana; en este proyecto, la colonización de las tierras orientales jugaba un rol central. Los filmes de Jorge Ruiz y el Instituto Cinematográfico Boliviano durante esta época, como «La Vertiente», «Los Pioneros» y «Un poquito de diversificación económica», se apoyaban en imágenes y en la estética de la apertura de nuevos caminos, de torres de agua, de campos cultivados, y la transformación de paisajes «abandonados» en paisajes productivos como eje de la construcción nacional (Nobbs-Thiessen, 2020, pp. 57-58).
Es justamente en la idea de paisajes abandonados, vacíos, vírgenes e improductivos donde encontramos la continuidad de las ideas civilizatorias y el avance de la historia universal. Bajo esta lógica, estos espacios que durante muchos siglos habían sido el escenario de complejos procesos de resistencia y colonización en territorios indígenas independientes, aparecen vacíos casi por causas naturales, carentes de toda historia y solo como potenciales tierras de colonización.
La idea de modernización y construcción del estado nación que inaugura el MNR, tan importante para entender el desarrollo económico en el oriente, tiene un aspecto crucial vinculado a las ansiedades raciales y de clase subyacentes a estas ideas. Una de las propuestas más radicales respecto a este tema es la del antropólogo (Chuck Sturtevant, 2023), que rompe con la resistencia a pensar en procesos de settler colonialism o colonialismo por asentamientos en Latinoamérica.
El concepto de settler colonialism es utilizado para denunciar los procesos de expansión colonial en fronteras agrarias en las cuales colonos blancos se instauran sobre tierras pertenecientes originalmente a poblaciones indígenas o afrodescendientes (Wolfe, 2006). Esta importante perspectiva histórica muestra cómo la construcción racial siempre fue algo determinante, en base a ejemplos como los de la frontera este de Estados Unidos, Sudáfrica, Australia e Israel; donde el proceso de colonización por asentamientos implicaba procesos de desposesión y eliminación de poblaciones locales, junto a la adopción de nuevas formas de organización y propiedad.
No obstante, en América Latina el concepto siempre fue eludido, pues desde la academia del norte, pensar en procesos así implica navegar en el complejo discurso de mestizaje que los países latinoamericanos siempre impusieron como una supuesta realidad idílica nacional, donde además las categorías raciales rígidas no parecían corresponderse con la realidad sudamericana (Castellanos, 2017).
Sturtevant recoge la compleja discusión para Latinoamérica en la que se vuelve a discutir los procesos de mestizaje como procesos de asimilación y, por lo tanto, eliminación. No obstante, el autor plantea que en América Latina no se puede reducir la idea de mestizaje a blanquitud, pues la historia de la región nos muestra complejos procesos de creación de la identidad nacional que hacen uso, se apropian y producen sus propias identidades etnoraciales que incorporan símbolos de indigenidad (Sturtevant, 2023: 422).En los contextos latinoamericanos lo racial no es reducible a los símbolos inscritos en el cuerpo, sino que lo racial está constituido como una «presencia ausente», es decir, irreconocible pero activa en formas elusivas, grabada o codificada en la misma geografía, en formas de relaciones de parentesco, performance, vestimenta y formas de vida. Lo racial en Latinoamérica está inscrito en lo que las personas hacen, dicen, cómo se asocian, cómo viven, es decir, en formas mucho más fluidas que las categorías del norte (Sturtevant, 2023: 423).
“Pocas veces en Bolivia damos paso a discutir las percepciones raciales, pero estas son importantes, como muestra Sturtevant, para entender el proyecto de nación del MNR y cómo las fronteras fueron concebidas para «civilizar» a los indígenas del altiplano y para eliminar a las poblaciones de tierras bajas.”
El programa de Colonización y Marcha al Este del MNR tenía como actores centrales a la población andina, considerada en muchos casos excedente en los valles y el altiplano. Ya diversos autores han mostrado cómo la migración andina a los orientes era parte central de la agenda económica del MNR (Soruco et al., 2008, p. 61; Nobbs-Thiessen, 2020, p. 117).
La frontera en la construcción de la reforma agraria y la revolución nacional era vista como un espacio transformador en el cual la población indígena andina se convertiría a partir del trabajo, la propiedad de la tierra, y factores considerados modernos como capital y tecnología; en ciudadanos y factores de economía nacional. Además, se buscaba que estos procesos borrasen sus identidades originales; a esto también se le conoce como ciudadanía o nacionalismo agrario (Sturtevant, 2023, p. 424)13.
El proyecto nacional del MNR, según la propuesta de Sturtevant, implicó la eliminación de múltiples versiones de poblaciones indígenas. Por un lado, la de la población andina que se convierte en el objetivo de las políticas de migración, campesinización y base del ideal boliviano de mestizaje. Entendiendo que esta población debería civilizarse en los espacios vacíos y salvajes de los territorios orientales, lo que además interrumpiría sus prácticas tradicionales transformándolos en “ciudadanos productivos”. Por otro lado, los Mosetenes de la región del Alto-Beni que Sturtevant investiga, fueron incorporados en el proyecto nacional del MNR bajo la idea de que serían asimilados a la sociedad nacional a partir de los efectos modernizadores de la colonización y propiedad privada de la tierra (Sturtevant, 2023, p. 428).
Es decir, la política de creación de la nación y el ciudadano mestizo productivo implementada por el MNR no varió absolutamente en nada de los principios civilizadores del siglo XIX, siguiendo incluso los mismos principios de la historia universal que planteaban la noción de un determinismo tecnológico y procesos de lucha entre la civilización y la barbarie, como una ley natural que terminaría beneficiando a la civilización y eliminando la barbarie.
Santa Cruz y la ciudadanía agraria
La propuesta de Sturtevant abre muchas preguntas respecto a la historia de colonización moderna de Bolivia y sobre los procesos históricos de la segunda mitad del siglo XX. Podemos imaginar situaciones muy similares en territorio Yuracaré, en el Chapare cochabambino, o en la región de San Julián, ya próximos al territorio guarayo. Recordemos, por ejemplo, que la población de Yapacaní, todavía en 1950, era blanco de ataques con flechas envenenadas atribuidas a los Sirionó y Yuquis (Nobbs-Thiessen, 2020: 145).
Estos fenómenos exigen una complejización de nuestro entendimiento, trascendiendo la mera perspectiva de economía política que enfatiza el crecimiento económico de Santa Cruz y las relaciones laborales en el campo bajo concepciones homogéneas del campesinado. Lo que acontece en Bolivia son disputas y procesos de colonización violentos y complejos en nombre de la identidad y la economía nacional, en territorios históricamente ocupados por poblaciones indígenas no reconocidas en el mismo estatus «civilizatorio».
El papel de los técnicos investigados por Sturtevant, principalmente norteamericanos y paceños, en cuanto a su conceptualización de la frontera como espacio transformador, es crucial. Esto permite identificar estructuras de poder nacionales e internacionales que, como señala el autor, constituyen la base de la conceptualización de la colonización por asentamientos en Bolivia. Cabe destacar que, en el mismo periodo, el mundo seguía los lineamientos de la Revolución Verde, un proceso de transformación social y cultural en fronteras agrarias del «tercer mundo» impulsado por Estados Unidos. Este proceso, lejos de ser meramente un programa de transferencia de capital y tecnología, como sugieren algunos autores, fue una propuesta política para prevenir la organización política rural (Cullather, 2010; Nobbs-Thiessen, 2020).
Surgen, entonces, las siguientes preguntas: ¿Qué ocurre con las élites cruceñas? ¿No planteaban acaso los mismos principios civilizadores que las élites andinas? Estas interrogantes son fundamentales para reflexionar sobre los conflictos de poder en la Bolivia actual. Las ansiedades raciales en torno a la construcción de una identidad nacional son cruciales para comprender la pugna entre Santa Cruz y el «centralismo» paceño.
El proyecto nacional durante el MNR era entonces el de la transformación de la identidad indígena con sus formas específicas de organización, producción y propiedad al ideal de ciudadanos mestizos. Si bien esto era algo que ya se discutía, lo que cobra aquí una relevancia especial es el rol de la frontera de los territorios salvajes como espacios que permiten esta transformación. Pero también el entender que los procesos de adopción de la ciudadanía agraria se dan en contextos de violencia colonial contra la población andina, en el cual se construye una narrativa en la que solo son valiosos si se inscriben en el proceso civilizatorio representado por la producción agrícola en las zonas de frontera. No cabe duda de que las identidades indígenas andinas lograron resistir estos procesos, pero en el camino adoptaron fuertemente como propias las nociones de la ciudadanía agraria.
Es esencial reconocer que el proceso de creación de una identidad nacional se ha cimentado sobre ideales de mestizaje con rasgos andinos, desde el MNR hasta el MAS. La noción del ciudadano boliviano ha incorporado valores de las poblaciones indígenas andinas para convertirlos en nacionales. Las élites andinas, al igual que otras élites nacionales en América Latina, han elegido un pasado milenario para justificar sus procesos de modernización. Esto se ha manifestado en políticas educativas y culturales promovidas por gobiernos nacionales que no reflejan la realidad histórica de más de la mitad geográfica del territorio boliviano, ni siquiera de las poblaciones cuya historia y valores culturales han sido apropiados (Méndez, 1993).
En consecuencia, es comprensible que, desde los orientes, particularmente desde poblaciones históricamente privadas de narrar su propia historia y que, como los Mosetenes del Alto Beni, fueron consideradas poblaciones que se «modernizarían naturalmente» bajo la influencia de colonos campesinos, se haya observado con recelo la andinización de la identidad nacional.
La situación en Bolivia podría haber sido diferente si, como en Lima, Bogotá o Buenos Aires, una sola élite hubiera podido configurar la identidad mestiza nacional. Sin embargo, Bolivia cuenta con Santa Cruz, una de las escasas metrópolis continentales ubicadas en la cuenca amazónica. No obstante, sería un error interpretar la realidad boliviana meramente como una disputa regional, como sugería el historiador José Luis Roca (Roca, 2001).
La noción de disputa regional, lejos de esclarecer, despolitiza el debate nacional al presentar bloques homogéneos impregnados de características míticas «milenarias»: cordillera contra bosques (determinismo geográfico), incas contra chiriguanos, españoles peruanos contra españoles paraguayos, collas contra cambas. Este enfoque regional oscurece aspectos cruciales para comprender la construcción del espacio boliviano, tales como la conquista violenta de territorios indígenas independientes por élites andinas y orientales durante más de dos siglos, la formación de clases racializadas en ambos bloques, la proyección de ideales modernizadores y civilizatorios sobre territorios considerados vacíos o salvajes, y la conformación de ciudadanos trabajadores y propietarios.
Es significativo que la construcción identitaria regional cruceña omita su participación en el genocidio de pueblos orientales y la transformación de sus territorios en haciendas durante el siglo XIX, así como el papel fundamental de la mano de obra andina como principal fuente de trabajo en los últimos 70 años.
Ben Nobbs-Thiessen analiza las disputas raciales en torno a la migración entre la élite cruceña y el MNR en la década de 1960. Resulta revelador observar cómo las élites cruceñas rechazaban incluso las migraciones menonitas y japonesas, basándose en nociones de diferencia cultural, laboral y de ocupación territorial. La controversia entre Roberto Lemaitre, director del Instituto Nacional de Colonización, y los argumentos publicados en la prensa de Santa Cruz, destaca por la similitud con discursos actuales que, desde una retórica de mestizaje, raza y cultura, buscaban presentar estas migraciones como inadecuadas para Santa Cruz. La élite cruceña, por ejemplo, protestaba y advertía que no cederían sus propiedades a ninguna colonia, argumentando ser los propietarios originales. Además, criticaban que los menonitas y japoneses se resistieran a integrarse al país, manteniendo sus propias escuelas, negándose a hablar español y eludiendo el servicio militar. Por su parte, Lemaitre esgrimía un argumento que se convertiría en el eje de la ciudadanía en las fronteras: la noción de ciudadanía agraria. Sostenía que la migración menonita no necesitaba participar directamente en el servicio militar, pues su trabajo y productividad en la frontera agraria ya constituían una contribución a la nación (Nobbs-Thiessen, 2020: 192-193).
Para los años 90, japoneses y menonitas habían sido completamente integrados al ideal modernizador de Santa Cruz e incluso a la propia identidad cruceña, mientras que la migración andina continuaba siendo rechazada. Un factor importante fue la incorporación de tecnología a partir de las redes que tanto japoneses como menonitas tenían fuera de Bolivia, así como de las redes clientelares locales y su articulación al mercado. Por ejemplo, la historia de la soya en Santa Cruz no se cuenta sin el vínculo entre la familia Marinkovic y los menonitas (Nobbs-Thiessen, 2020: 212-213, 227).
Estos factores encajaban perfectamente en el ideal de ciudadanía agraria; es decir, individuos que, al llegar a la frontera, habían podido cumplir su rol a la perfección en la «historia universal boliviana», demostrando el progreso a partir de los mitos de modernización. Por otro lado, la migración andina había enfrentado muchas más dificultades en cuanto al acceso a recursos, tanto en créditos como en aspectos legales para asentar sus colonias, sin contar el rechazo racial prevalente en el discurso no solo cruceño sino nacional. Al fin y al cabo, japoneses y menonitas podían pasar en el ideal de mestizaje como blancos (Nobbs-Thiessen, 2020: 129).
A manera de conclusión
Analizar la forma en la que se han construido los denominados territorios “salvajes” busca revertir la forma de referirse a espacios que históricamente han sido territorios de poblaciones indígenas independientes. La historia de estos territorios no queda atrapada en el sueño de pasados idílicos; por el contrario, es muy presente en la propia existencia de territorios de poblaciones indígenas en aislamiento voluntario, hoy en día, y en proyectos de modernización que habla de territorios como vacíos. Pero hablar de territorios “salvajes” también permite abordar la historia de un Estado colonizador, y por Estado no me refiero solamente al palacio de gobierno o centro de poder en La Paz. Un aspecto central de la historia de los territorios de poblaciones indígenas independientes es que permite diluir la idea tan marcada en Bolivia entre el Estado y las regiones y analizar que, por ejemplo, los consejos municipales que surgieron en las barracas gomeras en territorios indígenas en el siglo XIX son también instituciones estatales y coloniales conformadas por actores privados locales. Como también las haciendas ganaderas de expansión sobre los ríos Guapay, Parapetu y Pilcomayo en territorio guaraní. O también las empresas comerciales que abrían caminos sobre bosques, ríos, territorios indígenas, en nombre del comercio, la civilización y la nación.
Como hemos intentado exponer en este ensayo, hablar de territorios “salvajes” nos permite también ver lo sesgada que ha sido la forma en que hemos contado la historia nacional, la importancia que hemos dado a las voces de élites nacionales y cruceñas en la construcción de los imaginarios nacionales donde nuevamente no se mencionan los procesos de colonización que la mayoría de las veces han generado las fortunas que hoy ponen en el poder a muchas figuras políticas.
La historia de los territorios salvajes no es una historia olvidada ni superada; es una historia que sigue presente en la forma de conceptualizar la frontera, en la forma de garantizar la ciudadanía a poblaciones vulnerables, en la invisibilización de los procesos de colonización, en la forma de proyectar la expansión de la frontera agraria en espacios supuestamente vacíos, en la idea de que la población indígena de los orientes ya ha sido incorporada al mercado y a sistemas de trabajo. Estas son aún formas de la misión civilizadora y los procesos coloniales en los territorios denominados como salvajes.
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Archivos
Museo Histórico y Archivo Regional de Santa Cruz MHARDSC
Archivo y Biblioteca Nacionales de Bolivia ABNB
Hemeroteca
El Correo del Beni
La Voz del Ytenez
La Gaceta del Norte
1 José Octavio Orsag Molina es historiador formado en la Universidad Mayor de San Andrés. Actualmente candidato a doctorado en historia de América Latina por la universidad de Nueva York (NYU). Su trabajo se ha centrado sobre diversos aspectos de la historia de la Amazonia, principalmente el vínculo entre la colonización de poblaciones independientes Civilización y Barbarie. Los pueblos no reducidos en el auge de la Goma. Bolivia 1880-1912 (2019) y los avances de las fronteras económicas Circuitos económicos durante el auge de la goma en Bolivia (1880-1912). Estas reflexiones también le han permitido entender el rol de los procesos de colonización en los procesos mismos de formación del estado-nación boliviano en el artículo The Rubber Boom in Indigenous Territories. Export Economy, Colonization, and the Bolivian Nation-State. ⇑
2 Para una historia más detallada de los Yanahigua y Cayahuari ver su relación con la batalla de Kuruyuki y la expansión de colonización blanca al territorio guaraní a finales del siglo XIX (Combès, 2014). ⇑
3 MHARDSC. Fondo Prefectura. Caja 3/138-03 Foja 28 y 29. Leoncio Landívar. Correspondencia. ⇑
4 MHARDSC. Fondo Prefectura. Caja 3/138-03 Foja 9-10. Jesús Escalante. Correspondencia. ⇑
5 MHARDSC. Fondo Prefectura. Caja 3/131-41 Foja 25. Diógenes Velasco. San José agosto 9 de 1894 Al Sr. Prefecto del departamento. ⇑
6 MHARDSC. Fondo Prefectura. Caja 3/131-03 Foja 11. José Salas. Jefatura del Fortín San Matías. 1897. ⇑
7 MHARDSC. Caja 3/131-41 Foja 40 41. Ángel Lara. Al prefecto del departamento noviembre 9 de 1894. ⇑
8 No olvidar que esto está sucediendo en las postrimerías de la batalla de Kuruyuki (Combès, 2014). MHARDSC Caja 3/135-01 Foja 11. Comandante Martínez. Denuncia en la Estrella del Oriente. 1895. ⇑
9 MHARDSC Caja 3/135-01 Foja 29. Bernabé Arauz. Lagunillas Mayo 23 de 1895. ⇑
10 Como sucedió en Bolivia con el caso de Nicolás Suárez, principal propietario de barracas gomeras en el norte de Bolivia. También con el caso de Miguel Suárez Arana fundador de Puerto Suárez y encargado de la aduana de forma privada durante la primera década de su fundación. O con el caso de los padres misioneros de Guarayos o los encargados de los fuertes militares en el Chaco. Como también de diversos militares, privados que fundan fortines en la frontera del Chaco. ⇑
11 Bernd Fischermann describe cómo a partir de 1920 y 1930 los misioneros franciscanos de Velasco Ñuflo de Chávez, Ángel Sandoval, Chiquitos y Guarayos informan de ataques a asentamientos y poblaciones grandes, esto nos da a suponer que hay una historia no contada sobre las relaciones entre hacendados, comerciantes y autoridades con estas poblaciones indígenas locales que necesitan ser contadas (Fischermann, 2022: 37-38). ⇑
12 Aquí es crucial mencionar los trabajos de Nicole Fabricant y Ben Nobbs-Thiessen, quienes han incorporado la perspectiva de otros actores en las narrativas sobre la historia regional cruceña, principalmente la de colonos migrantes y trabajadores que sostuvieron durante la segunda mitad del siglo XX el surgimiento y boom económico de Santa Cruz de la Sierra (Fabricant, 2012; Nobbs-Thiessen, 2020). E incluso propuestas mucho más radicales en su interpretación como la de Chuck Sturtevant, quien denuncia explícitamente un proyecto de colonización por asentamientos (settler colonialism) modelada bajo los principios de frontera de Estados Unidos en la colonización de Alto Beni en pleno territorio Mosetén (Sturtevant, 2023). ⇑
13 «Al apelar a los imperativos científicos, técnicos y agrícolas del Estado revolucionario, la migración andina adoptó estrategias similares a las de los inmigrantes menonitas y okinawenses para reivindicar el proyecto de colonización de las tierras bajas bolivianas en los años posteriores a la revolución de 1952. En sus evocadores llamamientos, trataron el nacionalismo agrario como ‘una moneda que permite a una comunidad local o a un súbdito interpelar a una oficina estatal para hacer reclamaciones basadas en derechos de ciudadanía’. Al ofrecer cultivar las fronteras de las tierras bajas de la nación, los peticionarios andinos buscaron simultáneamente cultivar una relación con el Estado revolucionario» (Nobbs-Thiessen, 2020: 102-103). ⇑
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