Las Amazonías que nos habitan
Una mirada política sobre los vínculos desde las luchas de mujeres
Marxa Nadia Chávez León 1
Septiembre 2024
Estamos en el filo de transformaciones sin precedentes de las condiciones que permiten nuestra existencia. Recuperar el enfoque y la memoria sobre los vínculos en sus diferentes escalas, y volver visible la descomposición política que derivó en un desmoronamiento de las comunidades que lucharon por el territorio, podría reabrir una memoria más abarcadora a largo plazo. Permitiría visibilizar mejor el plano de lo arcaico que aún nos constituye y el de las relaciones altamente complejas de colaboración e interdependencia como parte fundamental de las luchas contra los despojos.
Resumen
En los hábitats urbanos, solemos ignorar los vínculos con ecosistemas aparentemente distantes, sin los cuales no podríamos subsistir. La relevancia de las amazonías en nuestra cotidianidad urbana es trascendental, aunque nos neguemos a reconocerlo. Este desconocimiento beneficia el mantenimiento de privilegios basados en consumos coloniales de lxs habitantes de las urbes, que enriquecen a corporaciones multimillonarias en connivencia con el estado y contribuyen a la desaparición de ecosistemas.
Desde la experiencia de las luchas de mujeres y antipatriarcales, se aborda aquí una mirada sobre las amazonías, sus vínculos e interdependencia en múltiples escalas, las cuales obedecen a dinámicas que tienen millones de años. Se busca recuperar una memoria sobre las macro escalas que nos atraviesan y sus relaciones.
Alejándonos de visiones conservacionistas y reduccionistas, se visibiliza la historia de las comunidades humanas como hecho político, cuyo derrotero en los últimos años ha propiciado un momento de profunda descomposición política generalizada. Estas comunidades, donde tienen centralidad los trabajos de las mujeres en los territorios, han sido hasta cierto punto sostenedoras del equilibrio de los biomas amazónicos. Sus luchas han frenado la materialización del proyecto colonial, generando perspectivas y horizontes en constante contraposición al avance del capitalismo extractivista. Sin embargo, se encuentran bajo el fuego y el asolamiento. Ellas nos interpelan.
Palabras clave: Memoria histórica, Escalas de los vínculos, Luchas de mujeres y antipatriarcales, Amazonías, Lucha comunitaria, TIPNIS.
Introducción
La Amazonía que quedó bajo jurisdicción boliviana es a menudo vista como un todo homogéneo. Las construcciones políticas labradas históricamente sobre ella la han denominado actualmente como «oriente boliviano» u «oriente» a secas. Desde el flanco estatal y sus formas de conocer, la Amazonía representó, y aún representa, su frontera interna: «lugar baldío» y salvaje para invadir a partir de políticas de ocupación territorial (García, 2000), reproduciendo de manera brutal el largo hilo colonialista y profundamente patriarcal que construyen imaginariamente el territorio como el cuerpo de una mujer para «ser tomada» por la fuerza (Cuéllar, 2022).
El conocimiento instrumental colonialista ha tendido a fragmentar y compartimentar las miradas sobre las crisis socioecológicas (Gelderloos, 2022), cuando, por el contrario, los tejidos de la vida se desenvuelven en relaciones entre otros tejidos y los elementos que se denominan «abióticos» (Kapra, 1996). ¿Cómo se analizó este último tiempo, particularmente desde las luchas antipatriarcales, dichas relaciones?
Escribo desde un punto de cruce de memorias: nací en Los Andes y tengo una raíz que se alargó hacia las múltiples amazonias, sobre todo, hacia el Territorio Indígena y Parque Nacional Isiboro Sécure (TIPNIS), donde he aprendido a enfocar, a lo largo de los años, las conexiones intersticiales pero fundantes de la vida, entre los impresionantes espacios amazónicos, los graníticos lugares de las zonas andinas y las pendientes lluviosas del subandino. Allí viví las divisiones políticas históricas de larga data que simplificaron y escindieron tierras bajas de tierras altas.
Este escrito no es de carácter técnico sobre la situación de la Amazonía en este último tiempo. Al respecto existe ya un prolífico campo de estudios de lo más actuales que pueden consultarse ahora con facilidad, en línea. Tampoco pretendo hablar «a nombre de», porque las comunidades que habitan la Amazonía, que se reconocieron a sí mismas como pueblos indígenas desde las luchas de los 90, tienen sus propias voces y silencios, cuentan sus propias historias y son protagonistas centrales de sus diversas narrativas.
Las páginas que siguen fueron y son pensadas pues desde la vida que compartí en el Territorio Indígena y Parque Nacional Isiboro Sécure (TIPNIS) con otras mujeres de las ciudades y de las comunidades desde el 2012, cuando se vivían momentos críticos por los intentos gubernamentales de imponer la carretera por medio del territorio. Compartir con ellas es el germen de estas reflexiones, no obstante, la responsabilidad por lo que afirmo sea exclusivamente mía.
En lo que sigue, pongo a discusión una lectura política sobre las amazonías desde las luchas de mujeres, en un tiempo de profundas crisis que generan, como nunca, la feroz y acelerada desaparición de ecosistemas bajo el fuego, bajo la rapacidad minera, la contaminación, la ganadería extensiva, el agronegocio, en fin; bajo las políticas interventoras del estado, el empresariado nacional e internacional y el avance de ocupación capitalista, que dan lugar al doloroso exterminio de otras especies.
Esta “gran transformación” (Polanyi, 2016), significa una transmutación física irreversible de lo que hoy conocemos como Amazonía —y, por tanto, una transformación continental y mundial en curso—.
Dicha lectura política quiere pensar fundamentalmente, primero las interconexiones y los vínculos, desde un espacio urbano situado en una ladera de la zona andina de la ciudad de La Paz. Muchas veces, en los núcleos en constante urbanización se mira sin ver las luchas y vida de las comunidades de la Amazonía, desde ópticas y prácticas que reproducen colonialismo, y se las toma como hechos que ocurren en lugares no solo lejanos sino indescifrables para el bullicio urbano cotidiano. Cabe preguntarse, entonces, ¿cuál es la relación que guardamos con las amazonías? ¿Qué nos vincula a ellas?
Las luchas de mujeres frente a los despojos, en diversos espacios, como explico en las siguientes páginas, han insistido en trascender los análisis y horizontes para privilegiar la visibilización de los vínculos y las conexiones. Recupero, entonces, algunos puntos importantes sobre los niveles y escalas macro y meso de las redes de vínculos, de las cuales somos parte también en los núcleos urbanizados, y que son centrales en cómo nos habita la Amazonía en nuestros tejidos de la vida cotidiana.
En segunda instancia, abordo las relaciones de lo que mujeres investigadoras denominaron interdependencia (Navarro y Gutiérrez, 2018), como una forma de alumbrar los variados vínculos de personas y comunidades humanas con sus entornos y con otras comunidades no humanas. Estos vínculos, históricamente gestionados por mujeres y cuerpos feminizados, son fundamentales en el sostenimiento de esas comunidades.
«La interdependencia, como formas de ese relacionamiento de comunidades humanas con otras comunidades y entornos, para un sostenimiento y reproducción de la vida, ha sido asediada, atacada y rota en muchos casos en este momento de la acumulación capitalista, que continúa siendo colonialista y patriarcal.»
Fracturas que se dieron en el país con el desmoronamiento de la vida organizativa de las comunidades que habitan a las orillas de todos los ríos del TIPNIS, no solo en los ámbitos de representación comunitaria, sino dentro de las mismas comunidades.
En la segunda parte, por tanto, describo como viví la lucha comunitaria y luego ese derrumbamiento, como parte del largo continuum colonial, agudizado paradójicamente en el marco del gran reconocimiento formal y legal de la plurinacionalidad en la Nueva Constitución Política del Estado, ocurrido en Bolivia en 2009.
En este sentido, en esa sección, planteo que el núcleo de la profunda descomposición política general ahora imperante en Bolivia tuvo un hito de expansión y profundización en el asedio, por parte del estado y empresas, a las comunidades indígenas del TIPNIS y sus organizaciones representativas. Esto es central en la instauración de formas de profundización de la descomposición social generalizada, y de las formas políticas y horizontes del despojo que son parte de la transformación capitalista de la llamada Amazonía occidental, bajo la gestión impuesta del estado boliviano.
Para cerrar, esbozo algunas reflexiones que son preliminares.
La Amazonía que nos habita: apuntes sobre los vínculos e interdependencia desde las mujeres en marcha
No todxs habitamos en la Amazonía, pero la Amazonía nos habita, no solo porque dependemos de su bienestar, sino porque en términos políticos hemos aprendido que no es posible un horizonte de vida sin la Amazonía.
Lo que hoy se denomina Amazonía —nombre otorgado durante el proceso de conquista europea— tiene una historia que se remonta a miles de millones de años, desafiando la imaginación reduccionista edificada sobre la explotación y dominación colonial de núcleo patriarcal. Este vasto verde brumoso no es meramente un ecosistema, sino un escenario colosal que alberga al menos cincuenta ecosistemas andino-amazónicos, incluyendo espacios costeros (Silva, 2024). Estos comprenden relaciones de múltiple complejidad entre factores determinantes para el desarrollo y sostenimiento de la vida en nuestro planeta (PCA, 2021).
Más allá de lecturas nacionalistas y regionalistas posteriores, la formación de la Amazonia no solo es ancestral, sino que se forjó en íntima relación con el nacimiento de la cordillera andina.
La visibilización de estas formas de vínculos y conexiones ha sido una propuesta sostenida por diversas luchas de mujeres, feminismos y ecofeminismos estas últimas décadas. Desde múltiples espacios de resistencia, estas luchas impugnan el avance de los extractivismos y propugnan una visión integral e interrelacionada de los ensambles de dominio y violencias.
El vínculo emerge como clave de comprensión en diversos planos, refutando los órdenes del conocer-nos y las formas de conocimiento estatales y patriarcales que median y sellan pactos de despojo.
Andes, subandinos y amazonías, amazonías- subandinas y -andes (memoria de las escalas)
Quiero plantear una retoma de la comprensión de los vínculos macro y microescalares antiguos, porque nos son ineludibles, y nos atraviesan en lo cotidiano como ejes constitutivos de relaciones de las cuales las comunidades humanas somos parte, dentro de las cuales transcurre nuestra vida como especie. Se trata también de una crítica al conocimiento antropo/andro-céntrico, construido por privilegios clasistas, patriarcales e institucionales.
«En este plano macro, los actuales vínculos entre zonas urbanas, los Andes y los ecosistemas amazónicos se explican por la confluencia y relación entre milenarios sucesos geológicos, hidrológicos y climáticos.»
Desde hace tres mil millones de años, estos combinan eventos colosales como el movimiento de placas tectónicas y el flujo enorme de sedimentos, con procesos a escala micro observables en el crecimiento de las profundas raíces de los árboles y los variadísimos microorganismos que forman parte de la enorme diversidad de los suelos amazónicos. Esta combinación permite la vida y que otros territorios y comunidades obtengan lluvia y humedad suficientes (PCA, 2021; Nobre, 2014).
El primigenio cratón amazónico, masa continental, surgió casi en los albores de la vida en el planeta Tierra, y evolucionó hasta transformarse en la actual Amazonía con sus dos escudos principales. Este proceso fue marcado por el surgimiento de la cordillera de los Andes y sus fases de glaciación e interglaciares desde hace 40 a 10 millones de años. Esto determinó que la gran Amazonía, con todos sus paisajes, tenga su actual faz húmeda, líquida, torrencial y boscosa, entrecruzada en un complejo mosaico de biomas, con zonas de mesetas formidables —los tepuy del Parque Nacional Canaima, en Venezuela, magníficamente descritos por Alejo Carpentier—, de sabana con carácter más árido y los manglares de las zonas costeras.
Junto con la formación de la cordillera de los Andes, hace alrededor de diez millones de años, también habría emergido el río Amazonas como lo conocemos ahora, serpenteante como una anaconda: una aorta fundamental de toda la región.
El río y las aguas están en estrecha y fundante relación con los suelos. En una hectárea de suelo amazónico pueden existir hasta 400 especies de árboles (Silva, 2024), debido a una compleja «interfaz entre la geología, la biología y la hidrología» (PCA, 2021: 1,18). En cada centímetro de suelo ocurren laboriosos e intrincados procesos que relacionan la purificación del agua con la emergencia y reproducción de vida a escala micro —hongos, bacterias, raíces, lombrices de tierra, artrópodos, entre muchos otros—. Es en esa diversidad de suelos donde también se dan los recursos necesarios para el proceso generador de vida denominado fotosíntesis (Flores, 2024).
Las especies no humanas que habitaron y habitan todos los ecosistemas amazónicos, y su relación entre sí y con sus entornos, son tan intrincadas que aún, con todos los abundantes y diversos estudios realizados por expertos en variadas áreas, no se ha podido exponer toda su complejidad, ni todas las formas multitudinarias, simultáneas e intersticiales de relacionamientos que permiten su existencia (PCA, 2021).
Lo que ha podido determinarse con mayor precisión es la centralidad que tiene la Amazonía en los ciclos del agua y circulación de humedad en Sudamérica. La hidrometeorología andino-amazónica, circulación del agua, revela eventos a gran, mediana y pequeña escala, que producen interrelaciones importantes entre las zonas andinas, subandinas y amazónicas. Como ejemplo, consideremos la significativa interacción de contrastes de temperaturas entre tierras altas y bajas (PCA, 2021: 5.17).
Se ha establecido un proceso de recirculación del agua, donde los ciclos de lluvia dependen de los árboles. Estos, con raíces de hasta 18 metros de profundidad, absorben agua subterránea que luego transpiran como vapor. Se calcula que 20 mil millones de toneladas de agua son transpiradas diariamente en la Amazonía, distribuyéndose hacia regiones lejanas por corrientes de viento (Silva, 2024; PCA, 2021; Nobre, 2014).
Este proceso, conocido como «los ríos voladores», que abreva de la teoría de la «bomba biótica» (Nobre, 2014), asegura la disponibilidad hídrica para ciudades como Bogotá y la humedad en la Cuenca del Río de la Plata, que cruza Bolivia y otros cuatro países. La Amazonía boliviana depende del vapor proveniente de la Amazonía brasileña, permitiendo la producción agrícola y el sustento de miles de familias en el norte amazónico boliviano (Silva, 2024; PCA, 2021; Nobre, 2014).
Las escalas, tan grandes y minúsculas como antiguas, de los vínculos también incluyen a los que ahora son grandes centros urbanos. En el caso específico de la ciudad de La Paz, estudios muestran que ésta recibe, en época de lluvias, humedad y viento del valle del Río La Paz, que conecta con los Yungas por el este2 (Egger et al., 2005), y también desde esa gran masa de agua que es el Lago Titicaca (Carpio, Ahenke y Rejas, 1998). Según el Instituto San Calixto, los vientos provienen del Atlántico (GAMLP, s.f.)3. Los «ríos voladores» permiten precipitaciones (abastecimiento de agua) en los glaciares tropicales bajo jurisdicción boliviana (PCA, 2021), que aportan entre 14 % y 24 % al suministro de agua de la ciudad en épocas húmedas y secas respectivamente (Hoffman, 2015).
Los glaciares andinos, a su vez, están conectados a toda la hidrografía amazónico-andina, donde los ríos son venas que conectan de ida y vuelta diversas geografías, una relación inevitable entre altas mesetas y amazonías (PCA, 2021)
Las construcciones políticas homogeneizantes y coloniales que escindieron oriente de occidente tienden a borrar la importancia de las regiones intermedias de subandino-Andes orientales, o subsumirlas a un binarismo reduccionista y violento —reproducido y alimentado desde variados ámbitos intelectuales, sociales y políticos en La Paz y Santa Cruz—, que divide Andes de Amazonía, tierras altas de tierras bajas, oriente de occidente. Historiadores como Adrian J. Pearce (Pearce, et.al. 2020), y Octavio Orsag han descrito como esta división histórica generada a lo largo de los siglos opera, y, de manera aguda y particular en Bolivia (Orsag, 2023). Las zonas de los Andes orientales en realidad guardan relaciones complejas entre sí, con la zona andina de más altitud y con la Amazonía4.
A contrapelo de una mirada colonial reduccionista, todos los procesos que se vinculan a diversas escalas y que se forjaron en millones de años, están totalmente anudados a la historia de los pueblos que desde hace más de diez mil años viven en la Amazonía, cosidos a la historia colonial, republicana y, en Bolivia, a la historia plurinacional, como costurones de heridas mal cerradas.
El carácter político de la interdependencia
Los vínculos de gran magnitud, muchos de ellos aún inconmensurables, han sido también significativos en relación con las conexiones que sostienen las comunidades que tienen su hogar en la Amazonía. Este es un aprendizaje político surgido de las potentes, aunque también contradictorias, luchas de los pueblos que se reconocen como indígenas, quienes han alzado una voz emergida desde las grietas de todos los ensamblajes de dominio actuales.
No pretendo realizar un detallado recuento histórico de la centralidad de las comunidades indígenas de la Amazonía, que a menudo son consideradas como pueblos «a conservar». En cambio, busco reflexionar sobre cómo los vínculos han adquirido un carácter político; es decir, cómo se han ido politizando en el transcurso de la defensa de la vida durante esta última década.
En el largo camino de Trinidad a La Paz, acompañando la columna de la Novena Marcha Indígena en defensa del TIPNIS en 2012 5, pude entender la complejidad y las diferencias entre las comunidades presentes en esta movilización, pero también cómo se daba aún la división oriente-occidente. La marcha culminó con una posición intransigente por parte del gobierno encabezado por Evo Morales, quien se negó a escuchar las demandas de los marchistas. Fue imposible establecer alguna mesa de diálogo a la que acudieran las autoridades del estado boliviano. Por el contrario, desplegaron una campaña de desprestigio mediático contra la columna de la marcha y sus dirigencias, y a una presencia sistemática dentro del TIPNIS.
Tras el fracaso del diálogo, llegó el momento de la «resistencia en el territorio» a partir de agosto de 2012. El objetivo era impedir lo que las comunidades denominaron una «falsa consulta», en referencia a la «Consulta Previa» que el gobierno impulsó en el TIPNIS. La finalidad de esta consulta era la aprobación del proyecto carretero que partiría como un tajo el corazón del territorio.
Repetidamente, y hasta el cansancio, algunas personas que habíamos estado en los procesos de movilización en defensa del TIPNIS, señalamos que esos eran momentos de quiebre profundo, no solo entre el gobierno del MAS con las dos máximas organizaciones indígenas del país, sino dentro de las mismas comunidades. Si la deforestación de la Amazonía, bajo tutela del estado boliviano, avanzó de manera tan escandalosa e impune (Czaplicki, 2024), fue en gran parte gracias al quiebre político de las organizaciones y comunidades indígenas que se inició en el TIPNIS, con sus diversas implicaciones.
Ese fue un momento de la política estatal que volvió a considerar al territorio indígena como frontera interna a ser ocupada, como efectivamente pasó poco después. Los vínculos, que las investigadoras Mina Lorena Navarro y Raquel Gutiérrez denominaron interdependencia 6 (Navarro y Gutiérrez, 2018), de las comunidades con sus entornos, desde ese momento, comenzaron a corroerse. Una corrosión colonialista que siguió su curso, ahora sacramentada en el altar de los sacrificios para el capital, impulsada por la presencia de diversos niveles de estado y operadores políticos de distintas tendencias, partidos e instituciones.
Aprendizaje político para una persona como yo, que provenía de otras narrativas de lucha y otros tiempos de reproducción de la vida, y que además era vista como una colla7 en territorio amazónico: una complejidad de mundos comunitarios signados por una larga historia que se fragmentó o se diluyó o retomó otras formas durante la colonización, vivió y vive en los pluriversos acuáticos y secos de la Amazonía. Estos mundos comunitarios establecieron extensas culturas que aún no se han redescubierto para los ojos externos y, fundamentalmente, sostuvieron procesos de transformación de la Amazonía que estaban y están en varias comunidades, en consonancia, durante siglos, con los ciclos y relaciones entre ciclos de escala macro y micro de toda la extensión diversa amazónica. Es decir, que no produjeron un punto de ruptura y de no retorno con el entorno.
«Larga es la historia de las maneras en que comunidades, que, en sus relaciones interdependientes, aun con todo el proceso de ocupación colonial/ista, no rompieron con los grandes vínculos que sostienen la vida.»
Sin embargo, la historia colonial y, luego, la contemporánea, se desenvuelven en una maraña de diversos ensambles que se vuelven muchas veces inextricables, pero que se sienten en la piel cuando vemos lo que sucede en las comunidades que rechazan el proyecto carretero: la creación de las misiones jesuíticas y las llamadas “reducciones misionales”; el exterminio de comunidades en el avance de conquista a través de trabajos forzados y masacres, que se extendió hasta el genocidio de Kuruyuki, en 1893, en plena época republicana; la ocupación de estancias ganaderas; las formas de trabajo que implican el “empatronamiento” de los jóvenes en esas estancias; la “marcha hacia el oriente” que impulsó la Revolución Nacional de 1952; la hegemonía del discurso regional alimentado por las oligarquías también regionales; la oposición colla/camba; el papel de las organizaciones no gubernamentales, los partidos políticos, la iglesia; la incursión de los colonos campesinos productores de coca y menonitas; la migración hacia los núcleos urbanos; la expansión mercantil capitalista; las medianas o grandes economías agroindustriales; el agroextractivismo soyero; la expansión imparable de la ganadería; la expansión del narcotráfico; el reciente impulso a la actividad hidrocarburífera y las nuevas formas de expoliación de todos los “recursos naturales” que se hallan en los territorios indígenas, son algunos de los procesos más notorios que explotaron de nuevo con los cercos renovados en el TIPNIS y en la Amazonía.
Desmoronamientos: ruptura de los vínculos
«Los días y las noches del TIPNIS, este territorio que fue el último refugio de las comunidades que huyeron de la colonización y el proceso reduccional (Paz, 2013), transcurren en un tiempo que no se medía con relojes, sino con los trabajos que se realizan en el cotidiano.»
La cocina es uno de los grandes escenarios de la relación de las mujeres con su vida diaria y el sustento de la dinámica comunitaria, En cada casa, el trabajo de las mujeres es el tronco central de sostenimiento de las familias y de la comunidad. El otro gran escenario es el río donde juegan y pescan su alimento los bufeos.
Todo lo que se ve como horizonte es colorido. Toda la historia de los siglos se condensa en ese dosel arbóreo por donde aparece el cielo rojo del amanecer o de la noche, mientras las pequeñas o grandes embarcaciones —cascos y chatas— discurren a merced de los ritmos del río, dependiendo de las estaciones del año.
Cuando es la hora en la que por algún motivo no salen los mosquitos, todos van a bañarse y a conversar al río; el agua es parte de toda la vida que se comparte. Todo tiene vida por, y todo allí depende de, los ríos. El río es el lugar de pesca, es donde se bañan y aprenden a nadar los niños, por donde se trasladan corriente arriba o abajo, donde se lava la ropa y donde varios hombres han adquirido la experticia de navegantes. “Mucho antes, sin motores, costaba mucho más desplazarse hacia Trinidad; había que remar a mano”, recuerda don Hernán que vivía en San Lorenzo, y que es uno de los mayores conocedores de cada vuelta y meandro de las venas del territorio. Ahora es mucho más común, sobre todo, entre la gente joven tener una relación más continua con la ciudad capital.
En 2012 existían 64 comunidades, ahora son más de 70, y éstas hace décadas comenzaron a asentarse a las orillas de los tres ríos centrales del TIPNIS: el Isiboro, el Sécure, y el Ichoa, y sus afluentes. A menudo, las comunidades se desplazan o se fundan otras por las inundaciones o por las dinámicas entre las comunidades y familias.
Las parcelas del territorio no se compran porque existen aún formas comunitarias por las que una familia puede pedir al corregidor un lugar donde vivir y un chaco donde sembrar y producir. Lo que se siembra y cosecha no es a gran escala, sino para el autoconsumo y alguna venta a alguna familia vecina o en Trinidad, quizá la producción más grande es la de pastillas de chocolate puro de buena calidad, pero que no obedecen a lógicas ni formas de producción empresariales propiamente dichas. Otro ejemplo, de producto que se vende en las ciudades, es el del preciado tamarindo que a veces se hallaba en algún lugar cerca del Cabildo en Gundonovia —tómese nota de este sitio, porque es importante en lo que sigue—, y que podíamos cosechar libremente luego de pedir permiso al corregidor o a alguna persona de la comunidad, para hacer el refresco que nos hacía falta en todo momento.
Dentro de la dinámica comunitaria una casa abierta a visitas es muy importante en el TIPNIS. Las personas que llegan tienen de inmediato un lugar donde sentarse y contar los sucesos importantes de la resistencia o las novedades que han transcurrido en algún viaje a Trinidad.
Gundonovia, San Pablo, Puerto San Lorenzo, Tres de Mayo, San Vicente, San Ramoncito. Todas estas comunidades ahora forman parte de mi memoria y de los horizontes que he contemplado innumerables veces. Muchas de ellas se unieron, mediante sendos comunicados como «vivientes» del TIPNIS, a las marchas y a la resistencia en el territorio contra la falsa consulta. Estos comunicados, que constituyen los testimonios escritos de la movilización comunitaria de 2012, fueron redactados en los cabildos de cada comunidad, representada por un corregidor o, en algunos casos, una corregidora. Este espacio, de origen ciertamente colonial, se transformó en el epicentro de la toma de decisiones asamblearias.
La cantidad de reuniones presenciadas durante nuestra estancia en el territorio fue muy grande. Se realizaron por iniciativa de cada comunidad, ante la necesidad de organizar el bloqueo de los ríos para impedir el paso de las delegaciones de instituciones estatales que pretendían imponer la consulta y la carretera.
Las delegaciones que buscaban realizar la «consulta previa» fueron «encabildadas», término utilizado en las comunidades para describir el proceso en el que personas que atentaban contra los intereses o decisiones comunitarias eran sometidas a preguntas, críticas y decisiones de las asambleas frente a todos los asistentes. Esta transformación de «cabildo» en verbo representó una potencia significativa de la política comunitaria8.
Cada comunidad y su corregidor formaron parte de las organizaciones que comenzaron a gestarse desde finales de los años 70 del siglo pasado, cuando surgió uno de los más grandes movimientos indígenas de tierras bajas. Este movimiento dio paso a la creación de las subcentrales en los años 80, que son la representación más inmediata de las comunidades agrupadas en ellas. Estas subcentrales, a su vez, se afiliaron a las representaciones indígenas departamentales y nacionales creadas a lo largo de las décadas de 1980 y 1990.
Comprender las dinámicas comunitarias representaba un pluriverso nuevo para mí. Sin embargo, era evidente la dificultad que enfrentaban los corregidores y las mujeres de las comunidades para que sus voces fueran escuchadas por el estado, especialmente cuando se expresaban en moxeño o yuracaré.
Desde otra perspectiva, la larga y reciente historia de profundo arraigo colonialista había generado conflictos intra-comunitarios. Estos se intensificaron con la llegada de partidos políticos de todo el espectro ideológico, desde la derecha hasta la “izquierda”, que estaría representada por el Movimiento al Socialismo (MAS), y por la relación cambiante con las antiguas élites departamentales del Beni. Asimismo, surgieron conflictos agudos con la llegada de las comunidades productoras de hoja de coca al sur del TIPNIS. Aunque estas fisuras podían, hasta cierto punto, resolverse en las asambleas, la fuerte presencia de operadores políticos del estado plurinacional y de otros niveles departamentales provocó que estas grietas se ensancharan hasta convertirse en llagas, dividiendo a las comunidades entre sí.
La resistencia a la consulta fue llevada a cabo por comunidades de base, tras numerosas discusiones, divisiones y debates, mediante vigilias que se prolongaron por más de cinco meses. Estas acciones lograron exponer las graves irregularidades con las que se impuso la «consulta previa».
Sin embargo, la intromisión estatal y partidaria se materializó a través de regalos y promesas de desarrollo, que iniciaron casi inmediatamente después de finalizada el Octava Marcha Indígena en Defensa del TIPNIS en 2011. Eventualmente, las comunidades tsimán del territorio, así como las comunidades de la zona sur del TIPNIS, aglutinadas en el Consejo Indígena del Sur (CONISUR) en la frontera con la zona de producción de hoja de coca, terminaron apoyando el proyecto carretero.
«Avionetas cargadas de funcionarios gubernamentales surcaban los cielos del TIPNIS, como parte de una operación estatal dirigida a quebrar la unidad comunitaria en defensa del territorio y «sentar presencia» en la Amazonía.»
Durante la imposición de la «consulta previa», se reportó que algunas familias habían abandonado sus comunidades por oponerse al proyecto carretero (Erbol, 10 de octubre de 2012).
En una vigilia, escuché rumores inquietantes: «¿Dice que Carlos golpeó a su padre?». Se extendió la noticia de que un comunario, elegido representante en una reunión paralela —que solo contó con la participación de quienes apoyaban la carretera— había agredido físicamente a su progenitor debido a sus diferencias sobre el proyecto vial. Este mismo representante luego aparecería discursando junto al entonces vicepresidente, Álvaro García Linera. El padre se había opuesto a la carretera y relataba cómo su comunidad había expulsado la avioneta que transportaba al entonces ministro de la presidencia, Juan Ramón Quintana. Su hijo, en cambio, había optado por apoyar al bando procarretera que emergió ese entonces en el territorio.
Esta noticia generó indignación a mi alrededor, provocándome también una mezcla de tristeza y rabia. Así continuaron las maniobras para desarticular la movilización indígena, desencadenando una crisis profunda en las Subcentrales indígenas y en todas las representaciones nacionales, cuyas repercusiones se sienten hasta hoy, casi doce años después de aquellos sucesos.
Los mecanismos de participación, como la consulta previa, se convirtieron en otra forma de socavar las capacidades de decisión de las comunidades que se oponían tenazmente a la carretera.
La consulta en el TIPNIS, originalmente planeada para dos meses, se extendió a casi cinco. Durante este periodo, las brigadas de «consultores» —apodados «consulteros»— lograron penetrar en el territorio, ofreciendo obsequios —vacas, arroz e incluso motores— y nuevas promesas de desarrollo, que se transformaron en una forma de chantaje hacia las comunidades:
¿Y cuál es el desarrollo? Es pues la carretera. ¿Quieren carretera? Al otro día está su colegio, está su motor de luz, tienen todo. (Testimonio de un comunario de El Coquinal, noviembre de 2012, Río Sécure, sobre el discurso de los representantes de la gobernación del Beni frente a quienes se oponían al proyecto vial). […] Pelea, uh, ha habido bastante dentro de la comunidad, era una mortandad de pelea de verdad. Así como dice la señora, nos hemos dividido aquí dentro de la comunidad como si no fuésemos familia. Aquí no nos reconocimos quién era primo, sobrino o hermana, porque, bueno, ha habido esta pelea. ¿Por qué? No había quién nos dirija, entonces Satanás entró aquí… (Testimonio de un comunario de Nueva Lacea, noviembre de 2012). […] Todos ya vivimos como enemigos con los otros comunarios, nuestros hermanos, nuestros parientes. Ya no nos saludan, no nos hablan. En esa situación no es vida para nosotros, entonces ya no vivimos tranquilos como vivíamos (Mujeres de San Bernardo, Gundonovia y San Pablo, río Sécure, noviembre y diciembre de 2012).
El asedio no cesó desde entonces. Los trabajos comunitarios en los que antes participaban todas las familias y comunidades también se interrumpieron. Esta ruptura de los vínculos comunitarios, que habían permitido una forma particular de relación con el río, con las otras comunidades, con el territorio y sus ciclos, se convirtió en un modelo general de imposición de diversos proyectos extractivistas en comunidades indígenas, originarias y campesinas que se oponían a proyectos de mega infraestructura, vial o de explotación hidrocarburífera.
La estrategia de generar paralelismos en las organizaciones indígenas, creando una división entre una representación «orgánica» y otra a favor del gobierno, fue una de las acciones contrainsurgentes fundamentales del estado. Simultáneamente, se desplegó represión policial en otros territorios, como sucedió en Mallku Quta (Norte Potosí, 2012), Takovo Mora (Santa Cruz, 2015) y Tariquía (Tarija, 2018) (CEDIB, 2013; ANF, 2015 y 2019).
Las fases más duras para las comunidades que resistían, y aún resisten, al proyecto carretero estaban por venir. Los recursos empleados para fracturar la unidad comunitaria se evidenciaron de forma descarnada en 2017. Mientras una reducida vigilia indígena en la plaza central de Trinidad denunciaba las maniobras estatales, una gran concentración gubernamental, repleta de los ya habituales regalos, celebraba la aprobación de la Ley 969 De Protección, Desarrollo Integral y Sustentable del Territorio Indígena y Parque Nacional Isiboro Sécure. Esta norma, entre otras disposiciones, permite la participación de entes privados asociados con comunidades indígenas (ALP, 2013).
«La aprobación del Nuevo Plan de Uso del Suelo para el departamento del Beni en 2019 ha sido la continuación del asedio a las comunidades del TIPNIS por parte de instancias departamentales del estado.»
Una década después, al reescuchar y releer los testimonios compartidos en las comunidades de este territorio durante la resistencia a la «consulta trucha» hasta 2018, visibilizo la gravedad de las fracturas en la vida comunitaria y en las organizaciones indígenas, cuando ya han avanzado en su construcción los tramos I y III de la carretera que están por fuera del corazón del territorio indígena.
En 2023, un gran y muy concurrido Encuentro de Corregidores —instancia legítima reconocida en la vida de las comunidades para la toma de decisiones— fue financiado por la gobernación del Beni, con la esperanza de obtener finalmente la anhelada aprobación comunitaria para la carretera. Sin embargo, el rechazo fue unánime y contundente, incluso por parte de las fracciones que anteriormente habían estado a favor del proyecto vial (El Deber, 23 de marzo, 2023).
No obstante, esto no ha impedido que el cerco finalmente se convierta en una especie de ocupación territorial dentro del TIPNIS por actores que ya desde antes de la aparición del proyecto carretero, habían generado problemas en el territorio. Se ha observado la expansión de estancias ganaderas en su interior, el crecimiento de la minería aurífera (Opinión, 4 de noviembre, 2023), y es un secreto a voces la expansión del narcotráfico en esa región —asociado al tráfico ilegal de especies protegidas— que genera temor en las comunidades, y, especialmente. La alianza del estado con sectores empresariales soyeros y de ganadería extensiva, gestada desde al menos 2012 durante el gobierno de Evo Morales, ha propiciado condiciones para un nivel aceleradísimo de deforestación, mega incendios y ecocidios continuos e irreversibles.
Mientras tanto, las organizaciones comunitarias permanecen divididas y parte de la antigua dirigencia que sostuvo la lucha por largos años se encuentra amenazada por uno de los bandos.
La crisis de las instancias comunitarias que garantizaban las formas comunales de vida en el TIPNIS se ha extendido, convirtiéndose en un patrón generalizado. Las organizaciones indígenas, tanto de la Amazonía como de Tierras Altas, han profundizado su crisis, inmersas en el juego prebendalista y clientelista que el estado ha perfeccionado e instaurado como forma política predominante.
Esta profunda descomposición de los lazos comunitarios ha creado un terreno fértil para la proliferación de horizontes de desagregación y otras rupturas que continúan erosionando el tejido social.
La ruptura de los ciclos y vínculos comunitarios, junto con la generación de horizontes sociales de extracción descontrolada, está provocando cambios no solo en los ecosistemas de la Amazonía, sino también en otros ecosistemas interconectados. En 2023, la pérdida de 1.85 millones de hectáreas de bosque y zonas no boscosas en Bolivia (Czaplicki, 2024) marca un récord catastrófico sin precedentes.
Estas realidades han sido denunciadas incansablemente. Sin embargo, la devastación continúa imparable: las ciudades se cubren anualmente con el humo transportado por las corrientes de viento, mientras las comunidades emiten desesperados gritos de auxilio en su lucha por escapar de los incendios y extinguirlos.
En este contexto, surgen interrogantes cruciales:
¿Hemos alcanzado el punto en que la «perturbación humana» —más específicamente, añado, la degradación y ruptura de vínculos producida por la acumulación capitalista— ha superado a «otras fuerzas geológicas», como sugería Ann Lowenhaupt (2021: 40)?
¿Cuál es nuestro papel en este momento crítico, como parte de entramados que, aunque no habitemos directamente en las amazonías, dependemos de las condiciones básicas de vida —como el agua y el aire— que estas continúan generando, a pesar de haber alcanzado niveles críticos que pronto podrían impedir su autorregulación?
Re-caminar la historia al filo de la “muerte masiva” de la Amazonía
La lucha y renovada aparición pública de las demandas políticas de las organizaciones indígenas de tierras bajas en la Octava Marcha Indígena significaron un remezón para las organizaciones campesinas que pasaron a formar parte del Pacto de Unidad, pilar del gobierno del MAS desde 2006, quienes apoyaron de forma unánime la carretera por medio del TIPNIS. La lucha de los pueblos que se reconocen a sí mismos como indígenas también impactó a la población urbana, particularmente en ciudades como La Paz y Cochabamba, donde surgió un «activismo» ambiental que, alrededor de otros temas, continúa articulándose hasta hoy en diversos espacios.
Hasta 2024, de manera excepcional, han persistido varios reductos comunitarios que lucharon por obtener su reconocimiento como autonomías indígenas. Entre estos destacan: el Territorio Indígena Multiétnico (TIM), colindante por el sur con el Territorio Indígena y Parque Nacional Isiboro Sécure; la resistencia indígena campesina al Proyecto Hidroeléctrico Rositas; la oposición de comunidades campesinas a los proyectos hidrocarburíferos en Tariquía (Tarija) las comunidades de las zonas andinas que han denunciado y resistido a proyectos de explotación minera, entre otras. Estas luchas fueron tejidas principalmente por mujeres, quienes realizaron una profunda crítica a la manera en que lo político y lo público quedaron determinados por el prebendalismo, el clientelismo y las figuras patriarcales.
En retrospectiva, la óptica de «recursos naturales», central en las luchas de la primera década de los 2000, que no desconozco por su potencial en un momento de lucha frente a las medidas neoliberales de los años 80 y 90, resulta ahora insuficiente para dimensionar lo que ha pasado estos últimos casi 20 años.
Sin pretender reproducir una visión colapsista, es innegable que la situación actual de la Amazonía se encamina hacia la desaparición de especies y biomas enteros. La crisis socioecológica ha alcanzado un nivel en el que se prevén escenarios de muerte masiva de fragmentos enteros de ecosistemas de la región (Flores et al., 2024). Esta pérdida amenaza con romper, de manera irreversible, los enormes pero delicados nexos que constituyen y permiten las formas de vida dentro y más allá de los ecosistemas amazónicos.
A manera de síntesis señalo:
- En este contexto, es posible plantear que la Amazonía, en realidad, contiene varias amazonías —en plural— que nos habitan, y de cuyos ciclos y vínculos con los Andes, interdependemos. La memoria de las macro, meso y micro escalas nos permiten ver y asumir el lugar que tenemos en estas tramas de vida y las formas de relacionamiento que hemos establecido en un marco actual y concreto de constante expansión capitalista. La movilización y las prácticas políticas profundas de las comunidades en relación con estos entornos y vínculos son eclipsadas por el discurso y las acciones estatales, que invocan el desarrollo como mantra, y que abren otras posibilidades de ocupación de territorios.
Aquí los binarismos simplificantes, los reduccionismos políticos e institucionales, que se presentaron como pugnas partidarias e institucionales de todo tipo, fomentan fracturas y, consecuentemente, el avance de múltiples formas de despojo. - El quiebre de organizaciones indígenas promovidas por el estado, no solo echó abajo lo que desde comunidades de base habían construido desde, cuando menos, 1960, y que desembocó en la lucha por el reconocimiento de territorios indígenas de los 90. También esto implicó el ataque directo a formas en que las comunidades se relacionaban con los ciclos de todos los entornos sin romperlos. No se trata de idealizar las comunidades, se trata de mirar que las fisuras coloniales que ya había en ellas se multiplicaron e hicieron más grandes y profundas por la intervención del estado en sus diversos niveles, de partidos e instituciones varias desde 2011. Esto derivó en el establecimiento de condiciones ideales para el ingreso más fuerte de otras dinámicas económicas y sociales de des-comunitarización y ruptura de vínculos.9
- Los entornos urbanos, en constante expansión, están marcados por la precariedad y mantienen una relación directa con la reproducción de múltiples violencias en las amazonías, en particular las machistas, vinculadas intrínsecamente con la forma de acumulación extractivista imperante en el país.
- Las luchas ya no pueden concebirse únicamente como un «apoyo» externo a las comunidades que aún sostienen otras formas de vida, cada vez más escasas. Este «apoyo», frecuentemente realizado desde una posición paternalista y de tutelaje. En este escenario complejo, un punto de partida fundamental de las luchas es el cuestionamiento de los privilegios de clase, patriarcales y de especie en los espacios que habitamos. Se propone pensar en prácticas desde nuestras propias tramas y alianzas de luchas (López y Chávez, 2019) en los núcleos de la urbanización, donde nos atraviesan formas de dominio, así como mirar las tramas de interdependencia que permiten que estemos vivxs.
Estamos en el filo de transformaciones sin precedentes de las condiciones que permiten nuestra existencia. Recuperar el enfoque y la memoria sobre los vínculos en sus diferentes escalas, y volver visible la descomposición política que derivó en un desmoronamiento de las comunidades que lucharon por el territorio, podría reabrir una memoria más abarcadora a largo plazo. Permitiría visibilizar mejor el plano de lo arcaico que aún nos constituye y el de las relaciones altamente complejas de colaboración e interdependencia como parte fundamental de las luchas contra los despojos.
Este proceso nos puede permitir crear palabras y luchas hacia otros espacios de vida, donde los nexos que sostienen todas las vidas aún se mueven, laten e intentan recomponerse en medio de la devastación.
Bibliografía
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Entrevista a Claudia Cuéllar, realizada por Marxa Chávez, 23 de febrero de 2022.
1 Soy parte de varias tramas de mujeres y luchas antipatriarcales, con mamás, investigadoras, trabajadoras, habitantes de laderas paceñas, todas precarizadas. Compañera de sendas de Julián y Kózmika, y parte de la Maestría de Ecología Política y Alternativas al Desarrollo de la Universidad Andina Simón Bolívar (Ecuador). ⇑
2 El equipo de investigadores anota: “En el valle del río La Paz se registran fuertes corrientes ascendentes durante el día, que transportan humedad hacia el Altiplano. La Paz debe gran parte de su ventilación a este viento del valle” (Egger, Blacutt, et.al. 2005: 923). ⇑
3 Aquí es importante anotar la combinación de escalas macro de circulación atmosférica y las meso que son producidas por la orografía de la zona andina (PCA, 2024). Es decir, la forma en que cada región tiene sus propias condiciones que se interrelacionan con las dinámicas generadas en otras regiones. ⇑
4 De acuerdo con estudios de observación, las zonas de valles interandinos generan una canalización del flujo de humedad, que contribuye a la generación de humedad y lluvias sobre los andes orientales, permitiendo allí la producción de alimentos (PCA, 2021). ⇑
5 La Novena Marcha Indígena en defensa del TIPNIS inició en abril de 2012, convocada por el directorio de la Subcentral TIPNIS, y emergió a raíz del desconocimiento del gobierno boliviano a la cabeza de Evo Morales, de los acuerdos alcanzados entre indígenas y autoridades en octubre de 2011, luego de un apoteósico recibimiento de la columna de la Octava Marcha indígena en defensa del TIPNIS en la ciudad de La Paz. El gobierno, el 10 de febrero de 2012 aprobó la Ley 222 y anuló la Ley 180 de protección al territorio indígena, estableciendo con esta acción, la realización de una “consulta previa” desde el mes de junio de ese mismo año misma que permitiría establecer si las comunidades otorgaban o no su aprobación al proyecto carretero por medio del TIPNIS. Estas acciones del gobierno del MAS desconocieron de facto la esforzada lucha de las comunidades participantes en la Octava Marcha Indígena, así como las demandas históricas de tierra, territorio y dignidad de los pueblos de tierras bajas (Chávez, 2013). ⇑
6 La clave de interdependencia, o, mejor dicho, de tramas de interdependencia, son concebidas por Navarro y Gutiérrez como «el conjunto de actividades, trabajos y energías en común para garantizar la reproducción simbólica, afectiva y material de la vida» (2018: 88, 47). Lo cual está relacionado entonces a ver procesos de lucha: “Está pensada entonces para abordar la manera en cómo comunidades y tramas diversas articulan luchas por lo común, que es una forma de lo político que ordena la interdependencia, aunque no representen siempre una ruptura plena con el capitalismo patriarcal y el colonialismo (2018: 55). En esta propuesta relacional, pensar a partir de la interdependencia abre la posibilidad de trascender la ruptura epistémica que opera entre sociedad y naturaleza, en la medida en que ni lo que se ha denominado “medio ambiente” o “naturaleza” es algo separado o separable de las comunidades humanas, ni el capitalismo es una exterioridad de lo que denominan, en diálogo con Jason Moore, las tramas de la vida. ⇑
7 Collas o llacos, es el denominativo, por lo general despectivo, que se emplea sobre todo en el Oriente boliviano, para referirse a las personas nacidas en la zona andina. ⇑
8 Ver: https://www.youtube.com/watch?v=Je1H9YecWnc donde se muestra el encabildamiento de una brigada de la «consulta previa» en la comunidad de Gundonovia, en septiembre de 2011. ⇑
9 Ver, como un ejemplo, el reciente conflicto surgido entre el Territorio Indígena Multiétnico (TIM), y otras organizaciones, con la representación del Gran Concejo Tsimane. (TIM, 14 de agosto de 2024) ⇑
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Raquel Gutiérrez Aguilar y Claudia López Pardo | Septiembre 2024