Lo que murmura el aliento transpirau del monte
Introduciendo a este dossier
Nohely Guzmán 1
-¿Escuchas eso, Nohe? ¿Lo escuchas?
-No, ¿qué es?
-¡Ese! ¡Ahí cantó de nuevo! ¿Lo escuchaste?
-Escuché dos sonidos, ¿cuál era?
-Tiempo que no lo oía su cantar…
-¿Vos lo escuchaste, Adolfo?
-No, ¿de cuál decís?
-El siringuero…
-Mirá como me puso su cantar.
Introduciendo a este dossier
Nohely Guzmán 1
-¿Escuchas eso, Nohe? ¿Lo escuchas?
-No, ¿qué es?
-¡Ese! ¡Ahí cantó de nuevo! ¿Lo escuchaste?
-Escuché dos sonidos, ¿cuál era?
-Tiempo que no lo oía su cantar…
-¿Vos lo escuchaste, Adolfo?
-No, ¿de cuál decís?
-El siringuero…
-Mirá como me puso su cantar.
La expresión temblorosa en el rostro de María y su voz, amordazada por un dolor, como la de quien se ahoga y logra gritar en los pocos segundos en que saca la cabeza del agua, silenciaron el mundo por un momento. Nos subimos a la camioneta, aturdidos por una sensación de perplejidad y desconcierto, como si nos hubieran robado la voz. En silencio, las miradas de Adolfo, la mía y las de los niños se encontraban fugazmente, desorientadas, mientras recorríamos un interminable sendero de altos árboles y húmeda frescura difícil de describir.
“Cuando hicimos el desalojo en San Miguelito,” rompió desbordada el silencio María, “ellos tenían armas de fuego. Yo ya tenía pa’ mis seis meses de embarazo, y el Adolfo estaba de ida allá, así que yo también me fui. Ellos disparaban. Yo escuchaba el ¡pum! ¡pum! ¡pum! por todos lados nomás, y el Adolfo me decía “¡¡¡ocultate ahí!!!”, mientras yo, con mi panza, agachada en el monte, detrás de los árboles, tapándome mi cabeza con mis brazos. Todo el camino que andamos por el monte hasta ese momento escuchábamos lo que cantaba y cantaba un siringuero por ahí. De ahí que ese sonido me pone así. Lo escucho y vuelve mi cabeza a ese día en San Miguelito”.
Adolfo la miró fijamente por el retrovisor, sin decir una palabra. Luego de unos interminables segundos, dijo: «Ha sido dura la situación con nuestra defensa del territorio. Pero nuestros compatriotas son expertos pues en la cacería. Al vuelo tiran un animal o una pava. Así que ellos con sus armas, y nosotros con nuestras flechas, recuperamos nuestro territorio, arreando como ganado a los colonos que nos estaban avasallando”.
En el corazón de la experiencia de María se narran algunas de las cicatrices de los obstinados intentos de asfixia de los pueblos, tanto en el TIPNIS como en otros territorios. Su historia nos recuerda la aguda inseparabilidad entre cuerpo y territorio para mujeres como ella, misma que dificulta que muchas comunidades indígenas conciban la desposesión territorial como algo que ocurre a y en la tierra, pero sin tocarles a ellas. La piel de gallina de sus brazos frente al silbar del siringuero es, entonces, materialización del entramado «cuerpo-territorio»3 que sintetiza la certeza histórica de que la tierra se vuelve expropiable a través de la violencia infligida sobre los cuerpos de las mujeres que la habitan y tejen la vida en ella. Esta comprensión se entrelaza con la memoria encarnada de que hay árboles y suelos que lo han presenciado todo, y que son testigos silenciosos de una historia más larga que es la suya propia y la de sus pueblos. El cuerpo-territorio, como bien relata María, es un sitio histórico, una conexión entre lo que fue y que, al estar siendo, nunca dejó de ser.
Esta historia deja pistas y señas sobre las tareas pendientes de quienes, al relacionarnos con los mundos amazónicos, estamos llamados/as a crear tramas y espacios de cuidado en la investigación, que faciliten la sanación de heridas como las de María. Para quienes usualmente cruzamos fronteras, hacemos de testigos y hablamos en lenguas, el desandar las violencias y los ensordecedores silencios sobre los continuos, pero fallidos intentos de conquista de la Amazonía, es un propósito en sí mismo y un acto de reparación. Entonces, ¿cómo (re)pensar la Amazonía para hilvanar sentidos en este nexo entre balas, colonos, cuentos, libertad, fuego, memoria y esperanza? ¿Qué produce poner todo esto en marcha?
El conjunto de textos que nutre este dossier ensaya posibles respuestas a estas preguntas. Dando continuidad a las preocupaciones y reflexiones colectivas que fueron planteadas en el encuentro “(Re)pensar la Amazonía: Claves renovadas para la investigación-acción en tiempos de despojo”, que el CEESP organizó el año pasado en la ciudad de Santa Cruz, con la participación de académicos/as, activistas y trabajadoras/es de instituciones que están en la región, alrededor de la necesidad de generar nuevos sentidos y gramáticas para nombrar la Amazonía, más allá de los enfoques tradicionales centrados en la biodiversidad o el cambio climático en la región. Así, el presente dossier aglutina artículos e intervenciones de diversa naturaleza que, desde la memoria puesta en juego en la narración de cuentos, las voces de las mujeres y sus chacos, los serpenteantes andares de quienes ofrecen apoyo técnico a comunidades locales, el fuego y los aparatos institucionales que lo mantienen ardiendo, lo que omiten los documentos históricos sobre las rebeldías indígenas durante la gestación del estado nacional, las rupturas de los vínculos comunitarios que revelan otra cara de la era plurinacional en Bolivia, y las experiencias íntimas de nacer, correr y soñar con el territorio, delinean los contornos más importantes para entender la Amazonía en la actualidad, reescribiendo a su paso las narrativas y enfoques dominantes que la nombran.
Para comenzar, Marxa Chávez nos ofrece un recorrido a través de la historia de más de 10 mil años de la Amazonía y de sus pueblos, mostrando cómo esta vasta región ha estado entrelazada con las heridas de la historia colonial, republicana y plurinacional en Bolivia. Desde esta perspectiva, Chávez revela cómo la Amazonía ha sido y sigue siendo una frontera interna nacional. Su análisis se adentra en el TIPNIS y su lucha frente a la construcción de la carretera San Ignacio-Villa Tunari, explorando no solo las manifestaciones públicas que lo hicieron visible, como ser las marchas, vigilias y reuniones, sino también las luchas cotidianas en las cocinas, chacos y ríos que mantuvieron vivas sus resistencias. Críticamente, en el corazón de su artículo, Chávez propone una lectura urgente sobre la ruptura y corrosión de los vínculos entre las comunidades y sus entornos, apuntando a las distintas maneras en que el estado, sus lógicas partidarias y su agenda de conquista facilitan fracturas que lastiman el germen del sostén comunitario de la vida en el territorio.
Seguidamente, José Orsag nos transporta a la Santa Cruz de finales del siglo XIX, guiándonos por las denuncias y quejas de los propietarios cruceños contra los ‘indígenas salvajes y rebeldes’ que, afirman en sus documentos, perturbaban su propiedad y actividades comerciales, por ejemplo, bloqueando caminos cruciales para sus mercados. Leyendo a contracorriente, Orsag examina documentos históricos escritos por y para los poderosos, que revelan las pícaras rebeldías y las múltiples expresiones de resistencia de quienes estaban siendo despojados de sus tierras. Además, Orsag articula su análisis con debates sobre la colonización interna en Bolivia, la formación de ideologías sobre las que se han construido los estados nacionales en la región latinoamericana, y la formación de nociones de ciudadanía que se gestan en los encontronazos con los “territorios salvajes”.
Posteriormente, Elizabeth López centra en su artículo la voz de las mujeres de la Nación Tacana ubicadas en Tumupasa, al norte de La Paz, para realizar la importante -y aún escasa- labor de escuchar sus preocupaciones y esperanzas, en sus propios términos. A lo largo de su artículo, López dibuja el rostro detrás de los procesos de expropiación y despojo colonial que afectan a los territorios indígenas amazónicos en Bolivia y el mundo. Explorando las “re-existencias”, la destreza de activar nuevas formas de habitar el territorio cuando este se encuentra avasallado, López tiende puentes entre el cuerpo y el territorio para rastrear lo esencial para sostener la vida. Su análisis no pasa por alto dolores y tristezas, y apunta a los cuidados que hoy y mañana posibilitan la permanencia en el territorio, aun en medio de la adversidad.
Por su parte, Stasiek Czaplicki nos revela lo que se oculta tras las cortinas de humo de los incendios forestales, recordándonos que, desde su inicio, los marcos legales de protección y conservación de bosques han estado orientados a proteger la propiedad privada. A través de un minucioso repaso de la legislación y su evolución, Czaplicki expone las limitaciones de un enfoque punitivo penalista en materia ambiental, sobre todo frente a las profundas asimetrías de poder que favorecen al sector privado, terrateniente y agroindustrial, y que se valen del racismo hacia campesinos e interculturales para desentenderse de las dinámicas que en realidad les pertenecen y benefician. Dialogando con su análisis, y de cara a la reciente legalización de los bonos de carbono en el país, es inevitable preguntar: ¿Al servicio de quién están las narrativas sobre la depredación ambiental que sitúan a los «collas» como los temerarios colonizadores, invasores y expropiadores de tierras? ¿Qué dinámicas, intereses y actores se enmascaran en el proceso?
Desde otro lugar, pero sosteniendo una misma preocupación, Soledad Enríquez, en un relato personal de su experiencia como ingeniera agrónoma, ofrece un texto reflexivo sobre los largos legados coloniales presentes no solo en las ciencias ambientales, sino también en las sociales. Acompañando iniciativas productivas y agroecológicas en diversos municipios y comunidades indígenas y campesinas de Beni, Enríquez nos invita a recorrer su asombro al desentrañar un mundo amazónico poco nombrado, escrito o reflexionado, que a menudo se percibe como un espacio vacío y libre para ser colonizado. A través de su experiencia, Enríquez detalla el desencuentro entre el mundo amazónico y el enfoque predominante de maximizar la producción y los ingresos de los cultivos que le habían inculcado en la universidad. Indirectamente, su artículo permite observar una cara de lo que no sólo es un descuido educativo, sino un proyecto político de colonización de larga data que, mediante regímenes agrario-productivos y de trabajo, lleva décadas buscando articular a las poblaciones amazónicas a dinámicas productivas y comerciales de alta intensidad, erosionando en el camino sus conocimientos y formas de relacionamiento con la tierra, tradicionalmente orientados al sostenimiento de la vida.
Complementariamente y con la memoria en el centro, Ara Goudsmit nos invita a adentrarnos en una constelación de relatos yaminawa, a través de los cuentos y narraciones orales transmitidas de generación en generación, en los que los protagonistas son loros y jochis de la selva que acompañan a personas en sus andares y vivencias. Goudsmit nos recuerda que los cuentos son, ante todo, espacios vitales para la existencia de mundos, cuidados y prácticas esenciales para la vida de los pueblos. Entre líneas, Goudsmit sugiere que los cuerpos recuerdan, y hace un llamado a escuchar para nutrir la vida por medio de los oídos, sanar heridas y desarrollar sensibilidades que nos permitan habitar este mundo, los que llevamos dentro y los que están por venir.
Finalmente, en un vivaz narrar como los hay pocos, Simón Muiba nos transporta a su comunidad en el Territorio Indígena Multiétnico en Beni, a través de una carta que escribe desde lo más profundo de su corazón; una de esas cartas que pone la piel de gallina y toca fibras que no sabíamos que teníamos. Sumergiéndonos en el río Apere y haciéndonos sentir tanto el calor del sol en las tardes de juego de su infancia como la tristeza de abandonar temporalmente su territorio, Muiba compone un relato delicado e íntimo que nos permite saborear, aunque sea por breves minutos, la intensidad de ese mundo suyo.
A través de los artículos presentados, hay un hilo conductor que entiende el dossier, ante todo, como un espacio de posibilidad para amplificar mundos y, al hacerlo, crear condiciones que erosionen todo intento de eliminación de los pueblos, sus territorios, mundos, historias y conocimientos, que aún son instrumentos de la conquista en desarrollo. En su totalidad, el dossier ofrece un espacio para afinar los sentidos y poner en marcha el arte de notar, sea en entrevistas, cuentos, datos o documentos históricos. Notar es esencial para rastrear la vitalidad en medio de narrativas destructoras de mundos, y que constantemente anticipan la degradación y muerte de la Amazonía. Las intervenciones que reúne este dossier invitan, a su vez, a crear condiciones para escuchar, más allá de lo que se pueda expresar con palabras, hilvanando modalidades de conocimiento de los mundos que habitamos y transitamos, sin amordazar sus libertades, sentidos, términos, sonidos y texturas.
Queda pendiente liberar el silbar del siringuero de las cicatrices dejadas por balas y escopetas; hablar de las casas que, en un descuido, serán tomadas por los tabacales insistentes; de las yucas del chaco que salen con «muñequitos» y restos arqueológicos de hace cientos de años; del piyu (avestruz) del cielo nocturno o las campanas que se escuchan en el monte a medianoche; de las macumbas y su orden de las cosas; de lo testarudos que pueden ser los hilos al querer enseñar la paciencia a sus acelerados/as aprendices del tejido; del inundante olor de la flor del cacao; o de los millones de mosquitos que amenazan con dejar los cuerpos secos. Hay demasiado por escuchar, muchísimo más por recorrer e interminables cosas por guardar. Precisamente por eso, como diría Mariana Rodríguez, «vamos con calma, ¿no?»
2 El Polígono 7 es el área colonizada dentro del TIPNIS, ocupada por colonos y campesinos que poseen predios de tierra y se organizan en sindicatos, ambos centrados en el cultivo de hoja de coca. Estas organizaciones estructuran gran parte de la vida en la zona, especialmente en los regímenes de trabajo y distintas dinámicas comerciales a lo largo de la cadena productiva. El Polígono 7 y la “línea roja” operan como una frontera interna en constante búsqueda de expansión dentro del territorio. ⇑
3 El concepto de «cuerpo-territorio» fue acuñado por la teórica feminista indígena Maya-Xinka Lorena Cabnal alrededor de 2010, y ha sido expandido por pensadoras del Feminismo Comunitario Antipatriarcal en Bolivia, entre quienes destaca la teórica indígena Aymara Adriana Guzmán. ⇑
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