No hay dos, sino muchas Bolivias (y la mayor parte sin investigar) 1
Alison Spedding Pallet 2
Septiembre 2024
Mucho de lo que pasa por investigación social en Bolivia, en diversos niveles (desde tesis de licenciatura hasta investigaciones financiadas y llevadas a cabo por profesionales titulados) se basa en entrevistas mínimamente semi estructuradas, cuando no enfocadas directamente en un cuestionario, o como se prefiere llamarlo, “guía de entrevista” y, con demasiada frecuencia, administrada como un examen, es decir, todo informante debe responder a todas las preguntas, y a las mismas preguntas. No es sorprendente que las respuestas suelen ser escuetas, expresando el deber ser, una versión normativa o los clichés esperados respecto al tema, ni que los informantes aseveran “no tener tiempo” para zafarse de esta situación artificial lo más pronto posible.
Resumen 3
Este artículo ofrece una crítica reflexiva sobre el estado actual de la investigación social en Bolivia, destacando áreas poco exploradas y cuestionando metodologías predominantes. Se analiza un estudio sobre la «hora boliviana» y, a partir del mismo, se proponen nuevas líneas de investigación, como los efectos a largo plazo de la migración internacional y la reproducción asistida en el contexto boliviano. La autora argumenta que muchas investigaciones actuales dependen excesivamente de entrevistas estructuradas y análisis de discurso descontextualizados, abogando por un retorno al trabajo de campo prolongado y la observación participante genuina. Se examina críticamente la investigación sobre movimientos sociales e indígenas, señalando la necesidad de considerar las dinámicas internas y los procesos de movilidad social. El artículo también aborda la complejidad de las divisiones políticas en organizaciones sociales bolivianas y cómo estas reflejan estrategias gubernamentales más amplias. Finalmente, se hace un llamado a los investigadores para que exploren temas novedosos y desarrollen metodologías creativas que capturen la riqueza y complejidad de la realidad social boliviana, más allá de los temas convencionales y las aproximaciones metodológicas establecidas.
Palabras clave: Investigación social, Bolivia, Metodología etnográfica, Movimientos sociales, Crítica académica.
En 2016, Agueda Cotjiri defendió una tesis pionera en sociología titulada La hora boliviana, dedicada a indagar sobre la conducta habitual de las y los bolivianos de llegar tarde a cualquier cita, y más generalmente, “hacer todo al último momento”. Dado que todo lo que existía al respecto eran quejas repetidas en forma de clisé, hubo que empezar de cero inventando una metodología. Eventualmente enfocó unos tres ámbitos en las ciudades de La Paz y El Alto. Uno era las filas en las oficinas centrales de los servicios de luz y de agua, pues allí tienen que ir a cancelar las personas que han sufrido corte del servicio por tres facturas impagas. Otro era los puntos de empadronamiento electoral, donde hizo seguimiento durante todo el periodo de inscripción, tanto de las (muy pocas) personas que se presentaron durante las semanas iniciales, hasta la larga fila que se extendió hasta altas horas de la noche en el último día. Un tercero era un colegio, donde indagó con el regente sobre cuáles alumnas y alumnos eran constantemente castigados por atrasarse. Analizó los resultados según el género, el rango de edad y la posición en el orden de nacimiento de su grupo de hermanos/as (mayor de todos/as, menor de todos/as, o alguna posición intermedia). Respecto a los dos primeros factores, encontró que mientras las mujeres llegaron a ser más puntuales, o cumplidas (por ejemplo, con el pago de las facturas) en tanto que llegaron a mayor edad, los hombres redujeron su puntualidad en tanto que envejecieron. Respecto al orden de nacimiento, los y las primogénitas resultaron ser más puntuales, mientras los y las ultimogénitas destacaron por ser incumplidas o tardones.
De paso, ese resultado sugiere que la transición demográfica (desde familias numerosas a familias que rara vez pasan de dos hijos) resolverá en gran parte la impuntualidad nacional, sin necesidad de otras acciones: imaginamos una población donde todas las familias constan de dos hijos. Entonces 50% de la población será primogénita y de por sí serán cumplidos. Pero, como todo en las ciencias sociales, la impuntualidad es multicausal e incrustada en un contexto cultural: no sólo el sistema de parentesco andino, sino más generalmente lo que he denominado en otra parte “el individuo vinculado” (Spedding, 2002). Un ejemplo: una de las colegialas crónicamente atrasadas era hija de un albañil. Ella tenía que llevarle su almuerzo cada día a la construcción donde estaba empleado en ese rato, antes de ir a su colegio en el horario de la tarde. Incluso cuando la obra estaba relativamente cercana, ella tardaba porque no sólo tenía que entregarle la comida, sino quedarse a acompañarle mientras lo comía. El argumento era que antes, cuando lo dejaba e iba de inmediato a su colegio, en una ocasión “comiendo a solas” él se había atorado con la comida. Se deduce que no estaba tan solo, pues alguien estaba para golpearle la espalda para que se salve, y la hija tampoco era capacitada en primeros auxilios como para atenderle en caso de volver a sufrir el percance, pero era suficiente para exigir que esperara que su padre haya tragado todo en paz antes de partir a sus estudios. El motivo de fondo parece ser que “comer a solas no da ganas”. Otro caso parecido era de una madre que siempre llegaba tarde a un grupo de manualidades donde participaba porque no bastaba que dejara el almuerzo preparado en casa, sino tenía que esperar a su hijo para servirle la comida personalmente: “no le gusta hurgar la olla”. Esta es una frase que yo había escuchado en otra ocasión: correspondería a un varón con un concepto muy rígido de la división de trabajo por género, donde todo lo relacionado con la comida es tarea estrictamente de mujeres, así que su madre (o hermana, en el caso que yo conocí), además de cocinar el plato, tenía que servirlo, como varón ni siquiera era capaz de sacar su porción de la olla o el sartén al plato. Pero más al fondo está la misma idea de que, para animarse a comer, hay que estar acompañado.
De ahí se puede hablar de una especie de “índice de vinculación” que es bidireccional: de un lado, de qué otras personas tengo que ocuparme a la misma vez o incluso antes de atender mis propios asuntos, y de otro lado, qué personas se ocupan de mí. Otro de los colegiales tardones era un joven cuyos padres estaban en el exterior y residía con unos tíos, que le dejaban a sus anchas para mirar tele o jugar Playstation hasta cualquier hora de la noche, y luego salían temprano a sus trabajos. En ausencia de alguien que le dijera “ya es hora que te acuestas” o “levántate, ya es tarde” cada vez se quedaba en cama por las mañanas. Esto es un caso donde la ausencia (o libertad) de vinculación contribuye a la impuntualidad: no basta que tal actividad (como ir al colegio) sea importante para mí, para que lo doy la importancia necesaria dependo de que otras personas también se ocupan de lo que hago. El otro extremo –tener que ocuparme de otras personas– explica por qué las mujeres son más impuntuales en la primera adultez, siendo la etapa de ciclo de vida cuando generalmente tienen varios hijos pequeños a su cargo, mientras cuando son maduras ellas o se han librado de eso o tienen otras personas que les suplen en esas tareas. Fue más difícil explicar por qué ocurre al revés con los hombres. Nuestra especulación –no hemos llegado a más que eso– es que las vinculaciones de los varones suelen ser extra doméstico, básicamente cumplir con sus horarios de trabajo; cuando son jóvenes, son subordinados, sino a marcar tarjeta a responder frente a sus jefes, y esto les obliga a cumplir horarios, pero siempre bajo mando de otra persona. Siendo mayores, llegan a ser ellos mismos los jefes, sin que nadie les controle, y cuando se jubilan ya no tienen obligación alguna: no hay que pagar la factura ahora mismo, puedo pagarlo mañana, y como se sabe, mañana nunca llega.
A la vez, cada uno de estos extremos de vinculación puede tener el resultado opuesto. Hay personas libres de vinculación que organizan sus tareas y horarios a perfección porque no hay quien se mete de por medio, y personas altamente vinculadas que son puntuales porque se esfuerzan en controlar su tiempo para cumplir con todo. Esto parece ser el caso de las y los primogénitos, y aquí volvemos al parentesco andino, caracterizado por vínculos muy fuertes dentro del grupo de hermanos y hermanas, vínculos que además son jerarquizados, de manera que él o la mayor de todos tiene responsabilidad por, y autoridad sobre, sus menores (sin importar el género). Él o ella tienen que llevar a su menor al colegio (y hacer que llegue a la hora), ayudarle con sus tareas, forrarle la carpeta … y puede darle un sopapo cuando vuelve tarde a la casa después del colegio, porque ha estado vagando por la cancha o gastando monedas en el tilín. Estas atribuciones suelen inculcar hábitos de cumplimiento que persisten por el resto de la vida. El o la menor de todos, en contraste, nunca tiene que preocuparse de controlar su tiempo, pues siempre hay uno o varios mayores que lo hacen por él o ella.
Estos son resultados preliminares, por tratar de una tesis de licenciatura realizada por una investigadora novata y sin apoyo más que de su tutora (es decir, sin beca y menos asistencia de un contexto institucional). No alcanzó a cubrir otro contexto inicialmente considerado, de una empresa formal donde el personal tiene que marcar tarjeta y los atrasos son sancionados, para ver si las personas (in)cumplidas tendrían características sociales coincidentes con las mencionadas, o qué otros factores podrían intervenir. Es más: aunque para mí esta tesis es sumamente sugerente, no ha tenido seguidores que intentarían ampliar, y quizás cuestionar u ofrecer otras explicaciones de sus resultados. Se dirá que eso es nada sorprendente, tratando de una tesis inédita que no ha tenido difusión. Es cierto que la mayoría de las tesis universitarias van a dormir sin más en las bibliotecas, pero también es cierto que algunas de ellas llegan a ser un referente, ampliamente consultado y citado incluso antes de llegar a ser publicadas (si llegan a ser publicadas alguna vez).4 Esto suele ocurrir cuando su tema es algo establecido: digamos, comportamiento electoral, migración, política municipal … que causa que otros investigadores, siguiendo los mismos temas convencionales, los buscan y los citan, y pueden ser eventualmente publicados, incluso cuando una evaluación objetiva de su calidad no es nada alentadora.5
“Será que el tema de Cotjiri era demasiado original, o creativo, para que haya ocurrido a otras personas indagar sobre el manejo del tiempo en Bolivia; “la hora boliviana” sigue siendo nada más un clisé de la “idiosincrasia nacional” sin considerar que, como toda conducta social, tiene un contexto y unas causas que merecen ser identificadas.”
Otra razón puede ser que la impuntualidad, las largas filas para inscribirse a votar (o lo que sea) en el último día del plazo cuando hubo semanas antes para hacerlo, incluso la extensión y luego otra extensión de un plazo cuando no hubo la asistencia suficiente hasta la primera fecha establecida … no es visto como “un problema”. Quizás no lo es, o no para todos. Pero ¿acaso toda investigación social tiene que atenerse a algo definido de antemano como “un problema”?
Es obvio que tal seguimiento sería otro reto metodológico, si bien no al nivel conceptual que Cotjiri tuvo que enfrentar, sí en el nivel práctico. No existen asociaciones de “hijos de padres y madres que fueron al exterior” (como las hay de “familiares de víctimas de Senkata”), instituciones que les ofrecen algún tipo de asistencia (como a “mujeres en busca de justicia”, es decir, víctimas de violencia doméstica o familiares de víctimas de feminicidio) o lugares que les reúnen (como las congregaciones donde se encuentra a los conversos al protestantismo evangélico). Podrían estar literalmente en cualquier parte. Habrá que iniciar una búsqueda de hormiga, preguntando en dónde sea y a quién sea si la madre, o padre, o ambos, de ellos o ellas o de alguien que conoce había ido al exterior… con el único criterio de selección “tener 30 años o menos” y –tal vez– que sus progenitores hayan migrado a otro continente, es decir, descartar los que hayan ido a Brasil o Argentina, y estando a la vez en alerta permanente a cualquier comentario casual sobre alguien que cumple esos criterios, ya que no es muy aceptable interrumpir en cualquier situación diciendo “Oye ¿tus padres alguna vez fueron a trabajar en España o algún otro país de Europa?”. Evidentemente, tengo un sesgo debido a mi formación en la antropología social clásica, donde el trabajo de campo suele consistir en ir a vivir en tiempo completo en “la comunidad de estudio”, con un tema amplio –como en el caso de mi doctorado, “estructura social de comunidades tradicionales productoras de coca”– donde todo lo que pasa alrededor y todo lo que se dice puede entrar de alguna manera en el tema, y además, no se descarta encontrar algo no contemplado en el proyecto inicial de investigación al cual se podría volcar, terminando con una investigación con un enfoque y hasta un tópico distinto. Esto sugiere que, en caso de optar para hacer seguimiento a “hijas e hijos de la diáspora de fines de los 2000”, habrá que ir a vivir, o al menos pasar mucho tiempo en diversos ámbitos de sitios donde los estudios existentes sugieren que bastante gente fue parte de la misma, y estar recogiendo datos sobre todos los aspectos de la vida social a la vez que rastreando a cuáles de sus integrantes tendrían antecedentes de migración familiar. Es decir, todo contrario a una investigación cronogramada, de corto plazo y tiempo parcial, para no decir “en horas de oficina”, y que además se dedica a buscar datos “provocados” y no los que surgen espontáneamente.
Mucho de lo que pasa por investigación social en Bolivia, en diversos niveles (desde tesis de licenciatura hasta investigaciones financiadas y llevadas a cabo por profesionales titulados) se basa en entrevistas mínimamente semi estructuradas, cuando no enfocadas directamente en un cuestionario, o como se prefiere llamarlo, “guía de entrevista” y, con demasiada frecuencia, administrada como un examen, es decir, todo informante debe responder a todas las preguntas, y a las mismas preguntas.
“No es sorprendente que las respuestas suelen ser escuetas, expresando el deber ser, una versión normativa o los clichés esperados respecto al tema, ni que los informantes aseveran “no tener tiempo” para zafarse de esta situación artificial lo más pronto posible”.
La “guía de entrevista” debe ser más bien “guía del o la entrevistadora”, es decir, un listado de tópicos sobre los cuales requiere información, para tenerlo en la cabeza y aprovechar cualquier situación cuando alguien menciona alguno de ellos espontáneamente, para dirigir la conversación en esa dirección. Suelen considerar un gran plus haber realizado además “observación participante” que consiste en haber estado presente en algún acontecimiento, por ejemplo, un congreso campesino o el cambio de autoridades en una comunidad, pero espectar no es participar y esto no da idea de qué hacen o dicen los participantes fuera de ese acontecimiento puntual. Al carecer de lo que se llama pretenciosamente “triangulación”, proceden a tomar lo dicho por las y los entrevistados a valor de boca, actitud fomentada por un exceso de corrección política que consagra “las palabras de la gente” como incuestionables (y además, visto como un precioso logro por parte de el o la investigadora, porque ¡ha hablado con una vendedora del mercado/un campesino en el Altiplano/una mujer indígena… cuando antes en su vida jamás había saludado siquiera a una persona así!). Es un tributo a la sociabilidad de mucha gente boliviana que prestan unos minutos a interaccionar con las personas que aplican estas supuestas técnicas, incluso cuando no obtienen nada a cambio (como un refrigerio y quizás hasta pasajes cuando se trata de un grupo focal o un “diagnóstico rural rápido” financiado). De hecho, cuando volví a Inglaterra después de mi primer trabajo de campo, mis amigos me preguntaron cómo lo había realizado. Cuando dije “Bueno, iba a una comunidad, me alojaban en sus casas…” se rieron y dijeron “En aquí ¡hubieras terminado haciendo tu tesis con los que duermen debajo del puente de Waterloo!”. Pero el hecho de que los informantes hayan respondido con buena voluntad, o al menos un mínimo de cortesía, no quita lo superficial de la información obtenida. En el fondo, lo que yo observo es una renuencia de invertir tiempo y esfuerzos en hacer un trabajo de campo serio, prefiriendo sustituirlo por un trabajo de gabinete.
Una expresión de esta preferencia es optar por hacer “análisis de discurso”, que es una seudo metodología si la hay. Consiste en barajear frases sacadas de algún pronunciamiento, oral o escrito, para luego expresar obviedades en lenguaje pretencioso y suponer que estas supuestas deducciones tienen efectos prácticos (por lo general, reaccionarios o nocivos) en la realidad social dentro de la cual ese “discurso” haya sido emitido. Esto no tiene fundamento sin un análisis de la recepción de esos “discursos” por parte de sus oyentes o lectores, quienes no necesariamente comprenden o asimilan lo dicho de la misma manera que el o la intelectual que los lee en su despacho. Estos estudios son una expresión sofisticada de opiniones como alegar que las tramas de amores adúlteros en las telenovelas son causa del aumento en la tasa de divorcios, debido a que espectar esas novelas induce a las personas a ser infieles a sus cónyuges, o que los videojuegos y películas con contenido violento inducen a cometer delitos violentos. Desconozco si alguien haya intentado averiguar si los presos por delitos involucrando violencia física en la cárcel de San Pedro han visto significativamente más películas de Jean Claude van Damm que los presos por, digamos, estafa o falsedad ideológica; y el hecho de que “infidelidad” sea citada como causal en demandas de divorcio no demuestra que esto sea efectivamente la razón fundamental para no soportar más la vida matrimonial. Entre otras cosas, no disponemos de una muestra de control de parejas que no se han divorciado aunque uno o ambos miembros han sido infieles, mientras motivos como no tener un empleo (por parte del varón, para citar un caso específico de una tesis en desarrollo sobre los divorcios en la ciudad de La Paz) y por tanto, tener que quedarse en casa, pero tampoco asumir las tareas domésticas sino pasar los días escuchando música y descuidando al pequeño hijo, mientras su esposa trabajaba a tiempo completo –es decir, no cumplir con el rol convencional de marido, pero tampoco asumir en su lugar el rol convencional de esposa-ama-de-casa– no figura entre los causales con valor legal ante un juzgado.
“Las descripciones verbales de los hechos sociales son parte de la realidad donde surgen, pero no son reflejos exactos de la misma ni lo agotan.”
Malinowski dijo ya hace alrededor de un siglo que las explicaciones que las y los informantes dan de qué hacen y porqué lo hacen, no son la explicación en sí, sino parte de lo que hay que explicar. Para empezar, nunca existe una sola explicación de una acción o un acontecimiento; entonces, hay que explicar por qué se optó para argumentarlo de esa manera y no otras. En tanto que las ciencias sociales tienen razón de existir, es porque van –deben ir– más allá de lo dicho y hecho para englobarlos en una explicación estructural. Lo mismo va para las técnicas e instrumentos de investigación, en particular los más –aparentemente– elaborados y objetivos, como las encuestas y los censos (en la jerga técnica, un “censo” es simplemente una encuesta que se aplica a 100% de una población determinada): han surgido en contextos culturales e históricos determinados, y llevan el sello de ese origen. La encuesta no es un artefacto culturalmente neutral, sino para dar los resultados deseados, requiere que la población donde se aplica tenga una formación, o entrenamiento, previo respecto a cómo se debe responder. En el curso de asesorar la investigación luego publicada como “Ser joven en El Alto” (Guaygua, Quisbert y Riveros, 2000), el equipo insistía que una encuesta tenía que formar parte del estudio, entonces les di curso. Decidieron aplicarla en colegios, pues allí se encuentra reunida la población “joven”, y optaron para un colegio conocido ubicado en la Ceja, y otro en un barrio periférico. Resultó que el primero, justamente por su fama y locación, era donde todo encuestador buscando “colegiales alteños”, acudía con sus formularios. Las y los alumnos, que sí eran ya entrenados, tomaron los boletos y los llenaron al rato, mientras nunca antes alguien había venido a encuestar en el colegio en el barrio distante del centro. Las y los estudiantes, entonces, lo asimilaron al artefacto cultural más parecido de su entorno –un examen tipo opción múltiple. En ese artefacto, cada pregunta tiene una sola respuesta correcta y eso es lo que hay que identificar, pues susurraron uno al otro “¿Qué hay que marcar en la pregunta 5?” tratando todos de concordar la casilla “correcta”: mientras en una encuesta, ninguna casilla es en sí más correcta que otra, sino se debe marcar lo que corresponde el individual que está respondiendo. E incluso si se pide el nombre del individuo para fines de registro, las respuestas luego serán anonimizadas en el vaciado de datos, pero cuando la persona no comprende o duda de eso, tiende a buscar la opción más aceptable, convencional o prestigioso, aunque no es lo que hace en la práctica.
En el Censo nacional de 2024, una de las preguntas era “¿Tiene auto?” En Chulumani, la tenencia de autos ya está difundido entre el campesinado, pero casi todos esos autos (excepto los que hacen transporte público a la ciudad de La Paz) son indocumentados o “chutos”, es decir entraron al país por contrabando y no tienen placa ni registro legal. El boleto no prosiguió “Coloque la placa de su vehículo” sino se limitó a preguntar si la persona tenía, o no, pero conscientes que sus vehículos son formalmente ilegales, respondieron “No”, aunque el vehículo estaba parqueado a visto del empadronador; pero siendo éste o ésta una colegiala de la misma comunidad acompañada por un miembro del directorio del sindicato agrario, aceptó esta respuesta “legal”. Es de suponer que cuando los resultados sean publicados, en Chulumani (y muchas otras provincias de los nueve departamentos) figurará un número muy reducido de motorizados, y habrá que ver cómo los surtidores locales justificarán su asignación de combustible que es demandado por todos esos autos que según el Censo son inexistentes, aunque esto sólo va a preocupar a los conductores que actualmente hacen fila durante horas para adquirir gasolina cada vez que llega una cisterna, u optan por pagar más pero recibir al momento de los puestos a orilla del camino donde una mujer acude a llenar el tanque desde un bidón con un embudo hecho de una botella PET recortada. Siendo esto un tema de poca importancia académica, la atención intelectual se ha de enfocar en los resultados de la pregunta sobre pertenecer a un pueblo indígena originario campesino.
Espero que los comentarios al respecto tomarán en cuenta que las cifras que salen son un artefacto del Censo y que, en tanto reflejan algo fuera de la obligación de responder a una pregunta sin relación con las autoidentificaciones espontáneas que se tenga, tiene más que ver con orientaciones políticas y en casos, ciertas oportunidades económicas (por ejemplo, donde una empresa de hidrocarburos paga a la organización que representa al “pueblo indígena” que habita las áreas que tiene en concesión). La inclusión del “pueblo afroboliviano” entre las “naciones” en lista es un tributo a sus activistas, quienes en 2024 emitieron propaganda en Yungas animando a los afros a declararse como tal y decir que hablan “idioma afroboliviano”. Habrá que decir que yungueños no afros suelen soltar comentarios como “Todo negro es pendejo”, y alguien me calificó a mí como “negra blanca” por hablar en voz alta agitando las manos, pero esto no conduce a prácticas de segregación u otras “discriminaciones” en la vida cotidiana, y la última vez que escuché eso de “pendejo” era al acusar a los negociantes de coca de Chicaloma (que no son todos negros, sólo es conocido como pueblo de negros) de comprar coca de la provincia Inquisivi y luego hacerlo pasar con otro origen, algo que hacen negociantes de todo lugar y color en Yungas. Varios afros expresan resentimiento por haber tropezado con bolivianos de otras regiones que desconocen que hay afrobolivianos y les toman por extranjeros, a la vez que hay migración afro a Santa Cruz que aprovecha de esto para zafarse de ser tratados como “collas” porque se supone a primera vista que serían oriundos de Brasil. Y en todo caso, la situación de las y los afros es particular porque sí son las características físicas que identifican a alguien como “negro” –no tanto el mentado “color de la piel”– sino principalmente tener cabello “chiri” (rizado, lanudo) aunque tengan piel cremosa; de ahí se distingue al “negro chilo” que sí tiene piel de tinte africano.
Anthias (2022) estudia los procesos tortuosos y los varios grupos que disputan en la titulación del TCO/TIOC Itika Guasú, un “territorio guaraní” en el Chaco tarijeño donde varias extensiones pertenecen a “terceros”, es decir “no indígenas”, o al menos “no guaranís”. Estas personas son denominadas con etiquetas de clase –”campesinos”– o de ocupación, “ganaderos”, implícitamente también una etiqueta de clase pues se refiere a ganaderos con hatos numerosos y propiedades amplias, ya que bastantes guaranís también tienen algunos bovinos. Los “campesinos” son migrantes desde el Occidente del país, es decir “collas” en la jerga local, y “aymaras” o “quechuas” según la lista censal; pero por haberse alejado de lo que sería su “territorio ancestral”, dejan de contar como “indígenas”, mientras los “ganaderos” supuestamente tendrían ascendencia europea. Entonces, para ser parte de un “pueblo indígena” hay que seguir habitando en esa parte de la tierra donde vivían sus ancestros… pero ¿desde cuándo?
“Las definiciones oficiales suelen decir “antes de la colonización”, fecha bastante difusa tratando de regiones como el Chaco tarijeño donde la penetración del Estado colonial español era casi nula y la del Estado boliviano sólo empezó a hacerse efectiva en la segunda mitad del siglo XX.”
Los ganaderos destacan estas ambigüedades cuando objetan que, aunque es demostrable que sus familias tienen pocas generaciones de residencia allí, también hay estudios históricos que demuestran que los guaranís venían de otros territorios y, añado yo, la mera existencia de estos estudios depende de documentos escritos, es decir, de una producción ya dentro de la colonización española, aunque la autoridad colonial no gobernaba los lugares en disputa. Anthias contrasta las versiones (tal vez algo idealizadas) del tiempo de los “abuelos” guaranís, cuando dicen que podían circular libremente, cazar y cultivar en cualquier sitio dentro del “territorio”, con la actualidad cuando la delimitación de propiedades –tanto “privadas”, de los dichos terceros, como “colectivas”, de las comunidades guaranís– ha conducido a que las mismas comunidades empiezan a restringir el acceso a “su” territorio a gente de comunidades vecinas, por ejemplo objetando que mujeres de otra comunidad vengan a recolectar hojas de palmeras silvestres para hacer artesanías. Esta sí es una investigación de calidad, realizada a lo largo de varios años de presencia intermitente en la región, incluyendo seis meses de la clásica observación participante en una comunidad y diversas formas de observación y participación con ONG y organizaciones sociales, tanto de la Asamblea del Pueblo Guaraní (APG), como la de los ganaderos. Si tengo alguna crítica, sería que, al tratar de las muchas divisiones, clasificaciones y jerarquizaciones entre los grupos en contienda, coloca como etiqueta adicional “racializada” a una y otra categoría, cuando tachar este adjetivo no quita sentido al argumento sino representa una sobre interpretación sin contribución analítica pero sí tendenciosa.
En la parte final del texto, relata conflictos internos en la APG, para mí un insumo valioso pues es un ejemplo de un tema que vengo estudiando desde otro extremo del país y un contexto opuesto al de un “pueblo indígena” con su TIOC, pero que exhibe varias coincidencias, ya que la entidad provocadora es el gobierno del MAS-IPSP a la cabeza de Evo Morales, con su lema de ser un “gobierno de los movimientos sociales”. Si bien durante su primera gestión hubo un apoyo generalizado, en la segunda gestión esto empezaba a disgregarse, y cuando en su tercera gestión varias de estas organizaciones llamadas “movimientos” empezaban a alejarse de la línea oficialista, éste respondió fomentando la división, entre un directorio que seguía con la línea del gobierno versus otro que se oponía. Digo “directorio”, porque en los casos que conozco en detalle el directorio oficialista tenía muy poco apoyo de las bases, pero fue reconocido por autoridades estatales y usado como canal para ofrecer proyectos y otros beneficios, mientras las autoridades ignoraban al directorio “opositor” con apoyo mayoritario. Esto fue un manejo clientelar que no es novedad en absoluto en la política boliviana, pero a partir de 2015 en adelante ha sido aplicado de manera abierta y acervada (Spedding, en prensa).
Las formas políticas propias de los guaranís no eran tema de interés de Anthias, pero deduzco que la APG se modela en el liderazgo comunal del mburuvicha, cargo si no vitalicio de duración indefinida y en casos hereditario; indica que la APG solía tener al menos una reunión por año, en la cual era posible remover a dirigentes “ineficaces” (2022: 290). No lo precisa, pero deduzco que, si no hubo quejas en su contra, el directorio proseguía por tiempo indefinido, ya que no menciona elecciones regulares con gestión limitada. Así, durante todos los años de su trabajo de campo, el mismo dirigente persistía a la cabeza de la APG –hasta que en 2014 apareció otro, elegido para encabezar un directorio paralelo y con apoyo directo del gobierno. Anthias (op.cit.: 301-318) relata como el directorio “orgánico” (como diríamos nosotros los sindicateros agrarios) se sentía amenazado, se retiró de su oficina en el centro del pueblo de Entre Ríos a una casa en los alrededores aparentemente más defendible, y cuando empezó la reunión, ella fue excluida por no ser guaraní, a la vez que se controlaba el acceso para evitar la participación de infiltrados del otro lado. En su comunidad de estudio, varias mujeres de base, quienes antes se mostraban poco politizadas, le contaban rumores en contra del presidente de la APG no oficialista. Algunos eran particulares del contexto: por ser “pueblo indígena”, reclaman el derecho a la “consulta previa”, que generalmente se concibe como el deber de consultarles primero sobre alguna obra mayor, como una carretera, una explotación de hidrocarburos, etc., que se propone implementar en su territorio, pero según estas mujeres, el Presidente insistía que toda acción estatal en cualquier nivel debería tener primero “consulta”, hasta la llegada de un médico a la posta sanitaria y si éste podría visitar a cualquier domicilio. El médico se habría enfadado frente a la exigencia de hacer “consulta” antes de ir a ver a pacientes y por eso, no quiso atender en la comunidad. Otros me eran muy familiares, si bien los montos en cuestión eran mucho mayores –la APG disponía de unos 14.8 millones de dólares que la petrolera Repsol depositó en una cuenta en compensación para la explotación de hidrocarburos en su territorio, y que el Presidente y los demás dirigentes lo harían usado en beneficio propio para tener una vida holgada al estilo urbano con “sueldos” que pagaban a ellos mismos, mientras sus bases siguen con sus escuetos ingresos agropecuarios (es decir, en términos de clase son “campesinos” aunque no se los llama así). ADEPCOCA no es una organización pobre, el Mercado de la Coca en Villa Fátima genera unos millones de bolivianos al año, pero no se acerca a millones de dólares disponibles; sin embargo, desde que el gobierno empezó a fomentar la organización de una ADEPCOCA paralela a partir de 2017 8, el reclamo en contra del directorio “orgánico” siempre empezaba con “el informe económico”, es decir, los dirigentes no rendían cuentas de los ingresos y eran acusados de haber desviado sumas en beneficio propio. Aunque las mujeres no los mencionaron (porque llegaron a otros sectores del territorio, de donde era el otro presidente) en el texto figuran los proyectos ofrecidos por el gobierno y canalizados por la APG oficialista.
Evidentemente estamos frente a una instancia de la aplicación de un plan gubernamental9, dirigido a dividir las organizaciones sociales en tanto que éstas no le dan el apoyo incondicional, con elementos comunes (cuestionar el manejo económico, condicionar proyectos al apoyo político) y otros adaptados al contexto –no hay “consulta” en el Occidente, pero con la persecución judicial a dirigentes “orgánicos”, desanimaron a otros a candidatear cuando terminaron su gestión, que se alargó por falta de candidatos, permitiendo que los oficialistas descalificaron a los orgánicos por “caducos”. Anthias no menciona otro ramo de este plan, que es que, en tanto que los oficialistas salen de cargo (de paso, muchas veces pasan de largo el plazo establecido de sus gestiones, pero para ellos no existe la condición de “caduco”) aparecen nombrados en algún Viceministerio u otro puesto asalariado en una instancia gubernamental. Ellos sí obtienen beneficios concretos, mientras los proyectos para sus bases suelen ser de poco alcance en caso de que se hacen efectivos. Ya que al parecer no existe plazo de gestión en la APG, sería suficiente que siga en el cargo con los beneficios que obtenga por los mencionados ingresos de Repsol. Lo que no consigna –tampoco era parte de su tema de estudio– son las características sociales tanto de los dirigentes como de las bases que los apoyan, pues no basta un plan del gobierno, sino tienen que existir clivajes estructurales entre sus bases para que sea posible atraer algunos de ellos tras la organización divisionista.
En el caso de ADEPCOCA, identifiqué la relación entre procesos de movilidad social hacia la descampesinización y la oportunidad de comercializar coca en el interior del país, que si bien es un lema establecido de la organización –vender coca “del productor al consumidor”, elemento establecido del vocabulario del sindicalismo agrario en general –no es aprovechable en la práctica para un campesino cocalero en ejercicio. Esta oportunidad (a partir de 2006) fue aprovechado por migrantes de regreso oriundos de una comunidad campesina, pero con poca o nada producción propia, en adición a campesinos cocaleros ricos, y el gobierno pudo reclutar a este grupo para fraccionar a ADEPCOCA (ver Spedding, 2020: 131-155 para la exposición en detalle). Ninguna región está libre de la movilidad social –aunque la imagen estereotipada de “pueblos indígenas” ignora esto– y aunque los dirigentes representan a sus bases en términos de acción política, no necesariamente son representativos de sus bases en términos sociales (es decir, no necesariamente son la “representación en espejo”, o sea, sus características son típicas del grupo que representan). Es más: el dirigente que no es un representante en espejo de su grupo puede ser más efectivo en acción – aunque a la vez puede ser más susceptible a la cooptación que le dará lugar a oportunidades no factibles ni siquiera deseables para sus representados. Estos aspectos están ausentes en las investigaciones sobre “movimientos sociales”, y más aún cuando éstos se presentan como “indígenas originarios”. Chuquimia et al (2010) terminan uno de los pocos estudios que hay sobre el movimiento de “reconstitución de los ayllus” comentando la existencia de “mallkus residentes” –es decir, autoridades comunales que residen en la ciudad y, cuando su comunidad o “ayllu” es a pocas horas de viaje, ni siquiera vuelven a vivir allí durante el año de su cargo, sino van y vienen exclusivamente cuando hay reuniones– como algo que merece más estudio, pero nadie ha asumido el reto.
Y si esto ocurre dentro de una temática –autoridades comunales– con largo recorrido, cuando muchos investigadores en busca de temas se fijan más en la bibliografía existente y no en los contextos desconocidos que les rodean, ¿qué podemos esperar de los tópicos enteramente sin explorar? Terminaré mencionando uno: la reproducción asistida en Bolivia. Se podría pensar que la fertilización in vitro y similares son procedimientos médicos que no varían de un país o continente a otro, pero no es así. Cuando se busca donantes de esperma u ova para una pareja infértil, se suele identificar donantes físicamente parecidos al que va a ser el padre, o madre, social de la progenie eventual, para que sea creíble que ellos fueron además sus genitores; y esto va a ser más convincente si los donantes son además parientes biológicos cercanos de los padres sociales. Sin embargo, se encontró que, en Inglaterra, los interesados rechazaron que un hermano del futuro padre social, o una hermana de la madre social, fueran donantes. Usar la esperma del cuñado les parecía un adulterio simbólico, y usar ova de la hermana habría inducido a la “tía” (madre biológica) a entrometerse en la familia de su hermana, violando la independencia de la familia nuclear que es parte de su sistema de parentesco. Mientras en el Ecuador, recibir ova de la hermana era lo más deseable, porque en su sistema de parentesco se da por supuesto que las familias nucleares de hermanos y hermanas no son independientes, sino se entrometen constantemente como parte de la parentela amplia. Esas opciones en Bolivia serían un tema para investigar, ahora que recientemente se ofrece estas técnicas en el país. Otro tema sería quiénes optan para usarlos. La infertilidad siempre ha afligido a algunas parejas. Hay países, como Bangladesh, donde la cultura no reconoce infertilidad masculina, siempre es la mujer que es incapaz de procrear y por eso la familia del marido le anima a repudiarla para tomar otra esposa, un dilema doloroso cuando el marido sabe, por pruebas médicas, que él es infértil, pero no puede admitirlo a sus parientes.
En Bolivia, la infertilidad masculina es reconocida (un hombre en mi comunidad ofrecía su conocida incapacidad de fertilizar como una invitación seductiva: sexo conmigo no tendrá consecuencias) al igual que la femenina, en base a haber intentado con varias parejas sin resultados, ya que un remedio tradicional es, al no poder procrear después de un buen tiempo, separarse e intentar con otra pareja. Cuando la pareja siente que su vínculo personal vale demasiado para descartarlo con ese motivo, siguen juntos y crían a un niño o niña ajena, a veces adoptándolo formalmente (cuando –por ejemplo– el genitor ha abandonado a la madre y ella no tiene gana alguna de seguir con la wawa, entonces lo entrega a quien sea que lo desea tener), otras veces llevando la relación familiar sin reconocimiento legal; los casos de la segunda opción que he conocido trataron de criar a una sobrina o sobrino de alguno de sus hermanos que ya tenía una familia numerosa. Ya siendo adolescente, una de estas criadas decidió volver con sus padres biológicas, o sino ellos le reclamaban cuando ya estaba en edad laboral, que me parecía algo injusto con la pareja que había costado sus años de crianza, pero era visto como enteramente aceptable en la comunidad. Pregunté a una mujer en un matrimonio infértil duradero si la incapacidad de procrear era por él o por ella, y respondió “No sé, nunca nos hemos hecho ver”. Todos estos ejemplos proceden de la clase baja entre rural y urbana, y es posible que esta actitud frente a los análisis biomédicos del “problema” no prevalece entre las clases superiores, además de que es de suponer que sólo personas acomodadas podrán pagar la reproducción asistida; pero falta saber quiénes entre ellos sí optan para estos tratamientos, ya que podrían haber seguido las opciones anteriores –formar una nueva pareja, o si no adoptar. ¿Los y las lectores conocen casos en su ámbito social?
Me atrevo a sugerir que el tema de la infertilidad no parece interesar en Bolivia porque la cultura andina no es pro natalista: sí, se dice que una pareja debe tener al menos un hijo para que haya alguien que herede sus bienes y les llore cuando fallecen, pero las veces cuando se va donde algún santo para pedir progenie, suele ser porque tienen varones y no mujeres, o viceversa, y se pide un hijo del género deseado, no simplemente hijos en sí. Un argumento en contra será que hay algunas referencias etnográficas a un ideal de que la mujer debería llegar a tener doce hijos, o al menos doce embarazos; quizás más simbólico, pues “doce” simboliza totalidad (así, se suele decir que hay “doce santos”, “doce vírgenes”, “doce achachilas” … pero cuando se pone a citarlos, resulta que los que se llega a nombrar son más, o menos, que doce), y las pocas personas que han llegado a completar este número, o cerca a ello, no suelen vanagloriarse del logro sino se ven agobiados por la carga económica que representa. En la actualidad, en Yungas pocas parejas jóvenes tienen más que dos o tres hijos, y una que sí seguía procreando hasta casi completar un equipo de fútbol mixto era muy observada por los demás. El par de estudios que yo he conocido sobre el tema –infertilidad, el tamaño “ideal” de la familia– estaban modelados, otra vez, en esquemas (no culturalmente neutrales) provenientes de organizaciones internacionales, y alguno de sus resultados provocó risa en el ámbito universitario donde se dieron a conocer “¡La pareja infértil que tiene un hijo!”, porque esta pareja había pasado más que dos años intentando concebirlo, y según alguna definición internacional, dos años de sexo sin anticonceptivos y sin que resulta en un embarazo califica a la pareja como “infértil”, aunque posteriormente demuestre que no lo era.
Bueno, ahí está uno más de los temas que voy arrojando de paso en mis clases con la esperanza que alguien les recoja para su tesis, aunque a la vez siento renuencia de recomendar directamente uno u otro tema, porque alumno que asume la sugerencia tiende a asumir que, dado que yo he propuesto el tema, luego le voy a dictar paso por paso todo lo que tiene que hacer para realizarlo y a poco no dictarle el texto de la tesis misma; prefiero aguantar con los temas que ellos mismos proponen, por lo baladí que me parecen, al menos los asumen como suyos (por suerte no me tocó el que propone estudiar “la influencia de las letras de las canciones en las relaciones de pareja de los jóvenes”). Miren a su alrededor: tanto hay que es poco o nada conocido (excepto por parte de las personas que lo están haciendo, por supuesto) y sólo requiere creatividad metodológica, esfuerzo y tiempo ¡como si eso fuera poco!) para hacer una contribución real a conocer este país.
Bibliografía
Anthias, Penelope 2022, Limites de la descolonización. Territorios indígenas y política de hidrocarburos en el Chaco tarijeño (La Paz: Plural).
Copa Uyuni, Javier 2009, «Los chicos de la vía loca: estudio etnográfico del consumo de drogas psicoactivas en grupos juveniles de Ciudad Satélite», Tesis inédita, Carrera de Sociología, UMSA.
Cotjiri Ventura, Agueda 2016, «“La hora boliviana”: estudios sobre la impuntualidad en la ciudad de La Paz y El Alto», Tesis inédita, Carrera de Sociología, UMSA.
Chuquimia, Guery; Chambi, Roberto y Claros, Fernando 2010, La reconstitución del Jach”a Suyu y la nación Pakajaqi. Entre el poder local y la colonialidad del derecho indígena (La Paz: PIEB).
Guaygua, Germán; Quisbert, Máximo y Riveros, Ángela 2000, Ser joven en El Alto (La Paz: PIEB).
Guaygua, Germán; Castillo, Beatriz; Prieto, Patrisia y Ergueta, Pamela 2010, La familia transnacional. Cambios en las relaciones sociales y familiares de migrantes de El Alto y La Paz a España (La Paz: PIEB).
Spedding, Alison 2002, «El individuo vinculado: acción, culpabilidad y responsabilidad individual en los Andes», Kollasuyo, Revista de la Carrera de Filosofía — UMSA (La Paz), Quinta época, No.1.
Spedding, Alison 2020, Masucos y vandálicos (La Paz: Mama Huaco).
Spedding, Alison (en prensa), «Movimientos sin sociología. Una crítica a la producción intelectual sobre “movimientos sociales” en Bolivia, 1998-2024».
Spedding, Alison (s.f.), «Caminando en círculos», Manuscrito inédito.
1 Agradezco a Pablo Barriga Dávalos por haber revisado este artículo en manuscrito. ⇑
2 [N. del E.] Alison Spedding es una antropóloga, novelista y activista británica-boliviana. Doctorada en antropología por la London School of Economics, ha vivido en Bolivia desde 1989, donde ha realizado extensas investigaciones sobre cultura andina, coca y narcotráfico. Es autora de numerosos libros académicos y de ficción, y es conocida por su perspectiva crítica sobre la política y la sociedad bolivianas. ⇑
3 Resumen elaborado por los editores. ⇑
4 Un ejemplo es la tesis ‘La ópera chola’ de Mauricio Sánchez Patzy, que circuló en fotocopias no sólo en la UMSS de Cochabamba, donde fue hecha, sino en la UMSA de La Paz, y puede ser en otros lugares más, años antes de salir finalmente en forma de un libro con el mismo título.⇑
5 Esto no es malo en sí, en tanto que una obra mediocre puede servir como contra ejemplo que estimula hacer algo mucho mejor sobre el mismo tema, pero en tanto que dicha obra mediocre se convierta en referente, la tendencia es más bien a repetir su contenido antes de contrarrestarlo. ⇑
6 Abstengo de dar la referencia bibliográfica de esta publicación, cuyo nivel era tan mediocre que su propio autor evitó difundirlo. Se negó la publicación de la reseña que hizo del mismo ‘porque tenía muchos adjetivos’. Los y las interesados pueden solicitarme personalmente la reseña inédita. ⇑
7 Centros que ofrecen un bachillerato acelerado para personas que hayan abandonado la educación regular. ⇑
8 No casualmente, aunque su división se inició antes de que el fraccionamiento se extendiera a gran parte de las organizaciones sociales, fue en 2017 cuando el dirigente guaraní oficialista viajó a Brasil y denunció que US$6,8 millones faltaron de la cuenta del ‘Fondo de Inversión’. ⇑
9 Y es un plan, o esquema, que ha vuelto en contra del mismo oficialismo: por 2024 el MAS se ha partido entre facciones ‘arcistas’ y ‘evistas’, la facción oficialista de las organizaciones divididas se está dividiendo a su vez. Así, en el caso yungueño, COFECAY se partió primero entre COFECAY oficialista y COFECAY orgánica. Luego, COFECAY oficialista se partió entre COFECAY arcista (mayoritario) y COFECAY evista (minoritario): y una facción disidente de los evistas ahora propone formar otra COFECAY. Irónicamente, los seguidores de Evo Morales vienen a jugar en estas divisiones el rol opositor-orgánico, pues quedan desprovistas de los proyectos y acceso a cargos en el gobierno. Aparte de que algunos opinan que la división del MAS es sólo aparente y cuando entran en campaña electoral se unirán detrás de su sigla, estas divisiones son demasiado iniciales para ofrecer una explicación de sus causas estructurales dentro de la militancia, pero animo a investigadores en busca de tema a iniciar y hacer un seguimiento detallado de estos procesos y sus participantes. ⇑
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