No solo trabajamos con plantas

Reflexiones sobre el trabajo agronómico en la Amazonía Sur de Bolivia
Soledad Enríquez Orellana 1
Septiembre 2024
Esta desconexión entre la planificación del proyecto y las realidades del terreno revela una falta de comprensión profunda o consideración de los ciclos naturales y las prácticas agrícolas locales. Quienes pensaron y ejecutaron el proyecto parecían desconocer cómo usar la tierra de manera efectiva o no consultaron a quienes la conocen sobre cuándo sería mejor realizar las actividades. Estos «gestos» de intervención, que a menudo se repiten en diversos proyectos, demuestran cómo se llega a los territorios con ideas preconcebidas y planes rígidos, sin adaptarse a las condiciones y conocimientos locales, lo cual puede comprometer seriamente el éxito y la sostenibilidad de las iniciativas.
Resumen

A partir de mi trabajo en la Amazonia el 2018, he observado cómo las formas de producción vinculadas a las culturas de los diferentes pueblos indígenas no son del todo comprendidas. Como parte de un trabajo de investigación sobre sistemas agroforestales se evaluó si estos eran sostenibles en términos económicos, sociales y ambientales. Se concluyó que tienen un gran potencial, pero no han alcanzado su máximo desarrollo ni han cumplido con las expectativas económicas de las familias productoras de la zona.2

Uno de los problemas ha sido ignorar las lógicas productivas de las familias. Muchos proyectos no están alineados con las necesidades y costumbres de las familias, sino que se estructuran con indicadores y objetivos preconcebidos, sin la participación ni la voz de los beneficiarios.
Sin embargo, también existen ejemplos positivos que respaldan esta crítica, como pequeños proyectos productivos en comunidades del municipio de Baures, donde la producción y transformación de yuca ha prosperado gracias a la organización y experiencia de las propias familias. Estos casos demuestran que, cuando se respetan y consideran las necesidades y expectativas locales, es posible lograr un desarrollo económico y social más satisfactorio.

Palabras clave: Amazonía, Sistemas agroforestales, Proyectos productivos.

Introducción

Bolivia es un país megadiverso en fauna, flora y cultura, cuya riqueza está resguardada en un abanico de paisajes que se extienden desde los Andes hasta la Amazonía. Soy descendiente de quechuas por parte de madre y he vivido toda mi vida en la ciudad de La Paz. Estudié Agronomía y, aunque ni mi familia ni yo teníamos vínculos con la ruralidad en cuanto a propiedades, fue durante mi etapa formativa cuando conocí el mundo rural: el altiplano, los valles y las yungas, específicamente Alto Beni. Antes de esto, salvo por los continuos viajes vacacionales que hacía en la infancia a las yungas, mis conocimientos sobre la vida rural eran nulos.

En 2018, una oportunidad laboral me llevó a vivir a San Ignacio de Moxos, en el departamento del Beni, donde tuve mi primer contacto con la vida amazónica. Fue mi primera experiencia de vida fuera de La Paz y mi primer trabajo en la Amazonía. Desde ese momento hasta la fecha, mi forma de ser y pensar ha mutado en cuanto a las maneras de mirar la realidad, los problemas y las potencialidades que acompañan a un país con diferentes voces. De no haber vivido en tierras amazónicas, este cambio de pensamiento habría sido muy difícil de experimentar.

Aquí comparto algunas experiencias que me han permitido una transformación a nivel profesional en la forma de ver el rol del acompañamiento agronómico en el marco de proyectos productivos en la Amazonía, mi propósito es de exponer algunos aciertos, lecciones aprendidas y desafíos que hay en el trabajo productivo con familias de la Amazonía en Bolivia.

Primera experiencia de reconocimiento social y productivo en la zona

Al llegar a la Amazonía en San Ignacio de Moxos, mi principal función laboral fue realizar una investigación sobre las diferentes propuestas productivas implementadas durante años en la región, denominada Amazonía Sur, que abarcaba cuatro municipios del suroeste del departamento beniano. Dediqué mucho tiempo a plantear el tipo de investigación a realizar, pero mis propuestas iniciales, muy específicas, no encajaban con las expectativas de quienes me habían contratado3. Para reorientar la investigación, revisé la información del trabajo productivo realizado hasta la fecha en esta zona, incluyendo reportes y bases de datos de al menos 2000 familias en dos décadas.

La información compartida por mis colegas —todos agrónomos hombres— mostraba propuestas productivas implementadas en diferentes comunidades, similares a las recomendadas en la universidad. Estas incluían sistemas agroforestales, prácticas de manejo de suelos como la rotación de cultivos, agricultura libre de agroquímicos, manejo de ganado menor, como gallinas y ovejas; promoción de artesanía y turismo comunitario. Los reportes también detallaban avances en la generación de sistemas de comercialización mediante la creación de una asociación de productores. Quedé impresionada con el trabajo realizado y la cantidad de familias involucradas, lo cual parecía confirmar la efectividad de lo aprendido durante la formación universitaria en agronomía.

Finalmente, se determinó que la investigación se enfocaría en evaluar la sostenibilidad de los sistemas agroforestales implementados. Propuse estudiar la sostenibilidad ambiental, social y económica que, según los reportes, estaban bien encaminadas. Mi comprensión de la sostenibilidad abarcaba tres dimensiones fundamentales: en lo económico, buscaba una actividad productiva que generara ingresos suficientes para justificar el tiempo invertido por el productor, acorde a sus expectativas; en lo social, una actividad que proporcionara bienestar personal y familiar, motivando su continuidad; y en lo ambiental, una práctica que generara servicios ecosistémicos en lugar de impactos negativos. Esta visión integral de la sostenibilidad guiaría nuestra evaluación de los sistemas agroforestales en la región.

Para realizar esta investigación, planifiqué una salida de campo inicial de dos meses con un equipo de ocho técnicos. Esto nos permitió llegar a casi todas las familias con las que la institución había trabajado. Actualizamos las listas de familias reportadas mediante entrevistas, encuestas y visitas a cada parcela productiva, se logró contactar aproximadamente a 270 familias en cuatro municipios.

La primera gran sorpresa fue constatar que, de las numerosas familias y hectáreas reportadas, en la actualidad había muchísimas menos. No llegaban ni a mil familias con sistemas agroforestales; calculo que en realidad eran, como máximo, 350

 “¿Por qué diferían tanto los reportes numéricos de los datos encontrados en campo?”

 Había diferentes motivos. Por un lado, se tenían datos de la cantidad de plantines comprados y entregados a las familias a lo largo de dos décadas de trabajo. Por otro lado, nunca se reportaron las pérdidas de los sistemas agroforestales (SAF) que se habían dado por implementados, los cuales correspondían a un sistema productivo con una diversidad de cultivos perennes entre frutales y madereros.

Entregar plantines no es sinónimo de tener un sistema agroforestal, pero en muchos casos se había reportado de esta forma. Lamentablemente, en los diseños de proyectos de implementación de sistemas productivos, la medición se basa en la presentación de listas firmadas por las familias y en la cantidad de dinero ejecutado, con reportes anuales. La implementación de SAF, se reduce a la compra y entrega de una cantidad específica de plantines que abarcan un área determinada. Por ejemplo, para una hectárea de SAF con cacao como cultivo principal, se reporta la entrega de 600 plantas de cacao, 40 plantas madereras y, en el mejor de los casos, algunas otras plantas. Esto aparece en el reporte como un sistema agroforestal de una hectárea, cuando en la práctica es solamente una entrega de plantines.

No cuestiono el trabajo de compra y entrega de plantines, que es una labor demandante y que muchas veces he realizado.

 “Lo que cuestiono es que los proyectos bajo los que se entregan no contemplen que esta etapa es solamente el inicio de un largo camino hasta que estas plantas se conviertan en un sistema productivo, y aún más largo hasta que sea un sistema productivo sostenible.”

Por eso había tanta diferencia al momento de actualizar los datos. La mayoría de las familias reportadas como creadoras y portadoras de SAF ni siquiera llegó a sembrar los plantines. Una de las razones fue que se entregaron plantines en época seca, que corresponde a los meses de julio a octubre. Esto sucede porque las actividades y la ejecución presupuestaria se realizan de forma anual. Es decir, todo el aspecto burocrático y de oficina se lleva a cabo precisamente en los meses de lluvia, de enero a abril; que son los apropiados para el trasplante, y estos aspectos administrativos no contemplan las dinámicas del campo.

Esta desconexión entre la planificación del proyecto y las realidades del terreno revela una falta de comprensión profunda o consideración de los ciclos naturales y las prácticas agrícolas locales. Quienes pensaron y ejecutaron el proyecto parecían desconocer cómo usar la tierra de manera efectiva o no consultaron a quienes la conocen sobre cuándo sería mejor realizar las actividades. Estos «gestos» de intervención, que a menudo se repiten en diversos proyectos, demuestran cómo se llega a los territorios con ideas preconcebidas y planes rígidos, sin adaptarse a las condiciones y conocimientos locales, lo cual puede comprometer seriamente el éxito y la sostenibilidad de las iniciativas.

Otra de las razones para la discrepancia en los números era que algunas familias no estaban interesadas en estos sistemas productivos, a pesar de haber recibido plantines. Otras habían perdido sus sistemas en años de incendios y sequías, y en algunos casos, los plantines sembrados se perdieron en el bosque por falta de seguimiento técnico. Para que un sistema agroforestal se desarrolle de manera óptima y genere rendimientos aceptables, se requieren actividades como la poda constante y la identificación de los cultivos más adecuados para cada terreno específico. Esto demanda un trabajo coordinado con el productor, quien mejor conoce sus tierras y cultivos, pero que hasta ahora no ha producido en cantidades mayores a las familiares. Para dar este paso hacia una producción más intensiva, se necesita un apoyo técnico continuo.

En el momento de la evaluación, los sistemas en pie eran significativamente menos que los reportados inicialmente. Las 270 familias estudiadas presentaban una gran diversidad: variaban en los años transcurridos desde la implementación de sus sistemas, en la diversidad de especies cultivadas, en las prácticas de manejo aplicadas y en la ubicación de sus parcelas respecto a sus viviendas. En realidad, estos sistemas agroforestales, en su mayoría, no cumplían con mis expectativas iniciales; no eran sistemas productivos que permitieran a las familias vivir exclusivamente de ellos.

Esperaba encontrar sistemas agroforestales con una alta diversidad de especies, capaces de generar ingresos monetarios significativos que proporcionaran a las familias mayor holgura económica. Mi formación me había llevado a creer que un buen sistema productivo es aquel que produce más en términos cuantitativos. Sin embargo, la realidad que encontré era diferente. Estos sistemas no se ajustaban a ese modelo idealizado de producción intensiva y orientada al mercado que había imaginado.

Mi desencanto con la academia

Descubrir que ninguna de las familias vivía exclusivamente de esos sistemas agroforestales me hizo despertar a la realidad. Como técnica de campo, constaté que las técnicas agronómicas aprendidas en la universidad para dar solución a los problemas de las familias rurales amazónicas no funcionaban como se esperaba. Aunque mis colegas habían aplicado correctamente el conocimiento académico durante años, los impactos en la vida de las familias no eran los deseados. La mirada académica ignoraba muchos aspectos del diario vivir de estas comunidades. Los sistemas productivos promovidos no estaban funcionando como debían: no cumplían las expectativas de las familias, les significaban más trabajo que recompensa y, económicamente, no solo no satisfacían las necesidades familiares, sino que ni siquiera cubrían lo que invertían en trabajo.

Los resultados de esta etapa de actualización de datos en campo fueron un punto importante para reflexionar sobre aciertos y deficiencias. Una de las principales deficiencias fue no comprender a cabalidad las necesidades y lógicas de las familias. En mi formación universitaria, en ningún momento se abordó, ni siquiera de forma remota, la ruralidad amazónica, que implica una enorme diversidad cultural y ecosistémica. Aunque yo había estudiado en La Paz, me parece que tampoco se tocan estos temas en el Beni, pues observaba que las deficiencias de comprensión sobre la historia indígena de la Amazonía también las tenían mis colegas nacidos en la región. Así que no se trata solo de vacíos sobre regiones y culturas específicas, sino de una falta de interdisciplinariedad en nuestra formación. Es como si existiera un divorcio entre las ciencias ambientales y las ciencias sociales, y también una mirada hasta cierto punto colonial desde la ciencia.

La formación del agrónomo está dirigida exclusivamente a trabajar con cultivos, suelo y agua, con el objetivo de que cada cultivo produzca la mayor cantidad posible, ya sea mediante el uso de agrotóxicos o a través de la agroecología. El objetivo principal es mejorar la producción. Sin embargo, no se toma en cuenta que el componente más complejo de un sistema productivo es el agricultor y la agricultora. No nos forman para dialogar con sociedades indígenas y campesinas, ni para aprender de sus conocimientos. En cambio, nos preparan para llevarles técnicas productivas que prometen mejorar sus ingresos económicos, promesas que, en muchos casos, no se cumplen.

Factores que influyeron en la disfuncionalidad de los sistemas agroforestales observados

La propuesta productiva: uno de los errores más comunes que se comete como técnico es plantear propuestas productivas que no han sido solicitadas por el productor. En este caso, presentar un sistema agroforestal como una novedad productiva resulta contradictorio, pues se introduce como una innovación cuando, en realidad, el productor ya cuenta con sistemas productivos diversificados que se asemejan a un SAF. Sin embargo, sus sistemas están diseñados en función de sus necesidades de consumo y, en algunos casos, de venta, pero no están principalmente dirigidos a la comercialización. Además, promover un cultivo con el que no estén familiarizados implica introducir una actividad nueva que no está apropiada y es más susceptible al fracaso. 

La mirada paternalista del técnico: cómo me dirigí a los productores tenía serias deficiencias, primero por mi desconocimiento de la vida familiar rural, sus actividades y lo demandante que cada una de ellas resulta en términos de tiempo. Otro error fue acercarme al productor ignorando el conocimiento que tiene sobre la agricultura, en lugar de indagar sobre lo que sabe.

Debo reconocer que había sido ignorante de las diferencias culturales presentes. A partir de mi experiencia de trabajo con familias no amazónicas, había formado un concepto de producción agrícola distinto al que ahora empezaba a conocer en el Beni. Estaba acostumbrada a una agricultura dirigida a la mayor producción y su futura comercialización, mientras que la agricultura en la Amazonía no está orientada a la mayor cantidad, sino a la producción necesaria que les permita autoabastecerse. Ahora entiendo que en una zona como la Amazonía es viable vivir del autoconsumo, porque el ecosistema suministra todo lo necesario para ello: animales de caza, pesca, frutos del monte, además de sus cultivos. En cambio, otros ecosistemas menos ricos no tienen esta característica, por lo que, por razones obvias, deben comercializar los excedentes de lo que sí pueden producir.

Desconocimiento de la aptitud del productor y productora: el desconocimiento de las aptitudes de las y los productores y sus modos de vida también es una limitante en el éxito de los proyectos que normalmente buscan la comercialización del excedente productivo. Muchas veces, el deseo de ser comerciante no es parte de las perspectivas amazónicas a las que yo he tenido acceso.

Al principio, solía preguntarme con frecuencia:

 “¿cómo es posible que a los productores se les dé toda la ayuda para producir y no lo hagan? Claramente, mi indicador de trabajo era ver el producto comercializado y no el trabajo en sí.”

 Considero que ver producto comercializable es un indicador superficial y desbalanceado. Me di cuenta de esto solo cuando pude convivir con estas familias y ver que están en constante trabajo productivo, aunque esta producción no siempre se pueda comercializar.

Destino de la producción. Que la producción de alimentos sea para el autoconsumo y no para la venta es lo que les brinda independencia de los mercados externos. Entender que su actividad económica no está ligada al mercado convencional fue revelador. Esto me llevó a replantear el propósito del acompañamiento técnico, dejando de asumir que desean una «mejor vida» a partir de tener mayores ingresos económicos. Entonces, ¿qué significa una «mejor vida» para ellos y cómo podemos contribuir a ello? Este enfoque no siempre se alinea con los proyectos predefinidos, ya que éstos no se basan en un diálogo honesto con las familias ni reconocen sus lógicas, tiempos ni espacios.

“También creo importante aclarar que no es que los pueblos indígenas con los que he trabajado no comercialicen sus excedentes productivos, sino que lo hacen mediante un comercio no convencional.” 

No se trata de llevar todo el producto a un mercado o una tienda donde el comprador pueda buscar lo que apetece. Es más bien un comercio de boca a boca: las familias de las mismas comunidades pueden en algunos casos intercambiar productos, a veces comprarlos entre comunidades, como es el caso de los Mojeños.

También pueden tener encargos de productos en el pueblo, como es el caso de los baureños, o salir de las comunidades esporádicamente y vender lo que tienen donde puedan, como el caso de los tsimanes. Son formas de adaptarse al comercio sin romper sus propias particularidades, y por ello suele ser invisibilizado.

Experiencias que contribuyen en el bien estar de las familias

Existen algunos ejemplos de proyectos que han tenido un mayor impacto positivo en las familias, especialmente aquellos que facilitan el trabajo de actividades que las familias ya realizan de forma independiente.

Elaboración de chivé en Baures

El chivé es un producto elaborado a partir de la yuca, muy presente en el consumo de las sociedades amazónicas. Su proceso de elaboración consiste en rallar la yuca, prensar la ralladura para extraer la humedad, secar al sol la masa resultante y, finalmente, tostarla.

En algunas comunidades productoras del municipio baureño4, esta actividad ha sido apoyada por las ONG, con la dotación de herramientas que aligeran el trabajo de los y las productoras. Estas herramientas son una adaptación mecánica de sus herramientas manuales tradicionales, y les permiten aligeran el trabajo, lo que acelera el tiempo de obtención de producto. Las tareas que demandan mayor tiempo son el pelado, la ralladura y el prensado de yuca.

La entrega de ralladoras mecánicas de yuca ha aumentado y, sobre todo, facilitado la producción de chivé, reduciendo el esfuerzo y tiempo que las familias invierten en su elaboración. Por ello, han manifestado que es una de las mejores formas de apoyar su actividad.

Una de las deficiencias de este apoyo es que se hace a nivel comunal y no familiar, lo que puede generar conflictos entre familias. Sin embargo, el costo de las herramientas dificulta hacer una subvención a nivel familiar. Algunas comunidades han logrado una buena organización para evitar conflictos, por ejemplo, definiendo un responsable de las herramientas quien se encarga de custodiarlas mientras no estén en uso. Cada familia que utiliza la herramienta debe pagar un monto para su mantenimiento, que en el caso de esta comunidad es en producto, es decir, en chivé que luego se vende para obtener el dinero necesario para el mantenimiento correspondiente.

Este nivel de organización no se da en todas las comunidades. Un factor determinante para que este tipo de organización funcione es que ha partido de la iniciativa de la comunidad, es una forma de organización establecida por ellos mismos con sus propios acuerdos y controles. No ha sido sugerencia ni producto de instituciones externas. Ahora ¿por qué en este caso particular encaran el manejo de sus herramientas de esta forma? muy probablemente porque el producto que obtienen es fundamental en su economía, por lo que no se arriesgan en tener malas prácticas de uso de las herramientas que les paralice su actividad económica productiva.

Producción de caña de azúcar

Otro ejemplo es el apoyo en la producción de derivados de caña de azúcar, ya sea miel o empanizao5, como en la comunidad Mercedes del Apere en San Ignacio de Mojos. Las familias productoras normalmente realizan la molienda con un trapiche artesanal de tracción animal o humana. La entrega de trapiches mecánicos ha sido útil para reducir el tiempo y trabajo en la extracción de caldo de caña.

Esto demuestra que los proyectos con buenos resultados son aquellos que apoyan una actividad ya en marcha y que es esencial en la economía de los productores.

Uno de los errores en la implementación de estos proyectos ha sido entregar este tipo de herramientas a comunidades que no realizan estas actividades, resultando en herramientas sin uso. Este patrón se repite en comunidades con mayor acceso a zonas urbanas. Hay un fenómeno en el que las familias con más acceso al mercado deciden dejar de producir para comprar, lo que no ocurre en las comunidades más alejadas, que valoran más la ayuda en forma de plantines o herramientas debido a su escasez.

¿Por qué no se va más allá en el fortalecimiento de estos sistemas productivos? Creo que, en muchos casos, los proyectos ya vienen definidos en cuanto a qué se hará y qué impacto se quiere brindar. No son proyectos diseñados con los actores principales y realmente no toman en cuenta su demanda y visión. Por ejemplo, cuando había la opción de hacer pedidos al fondo indígena, los territorios se enfocaban en apoyo con ganado vacuno y cría de pescado, sin considerar el fortalecimiento de sistemas agroforestales o cacao.

Mientras las instituciones de apoyo insistían durante años con un sistema que no terminaba de arrancar, las familias se visualizaban en otras actividades.

Parece sencillo pensar que la solución es hablar con las familias y realizar en conjunto una propuesta productiva, pero no es fácil para nadie identificar con nitidez qué es lo que realmente quiere. Hay muchas cosas que se desean y no se expresan, y hay diferentes formas de expresión que suelen ser opacadas e ignoradas.

No creo que con preguntas en un par de talleres se puedan extraer los sentimientos y pensamientos más profundos de todo un grupo de familias productoras. Creo que la identificación debe partir de una comprensión de las lógicas de vida, y eso se logra conviviendo, profundizando en los motores de cada acción productiva. Se necesita una comprensión no solo de las actividades sino de las motivaciones detrás de ellas, y para eso se requiere interdisciplinariedad y tiempo.

Casos que no han alcanzado los objetivos esperados

Uno de los casos que me genera más sentimientos encontrados es el de los sistemas agroforestales con cultivo principal de cacao. Este cultivo tiene múltiples potencialidades en la zona; por un lado, es nativo, se ha cultivado de forma tradicional y en algunas comunidades se recolecta de cacaotales silvestres; por otro lado, tiene un mercado y un buen precio; así también, es de los pocos cultivos que pueden almacenarse por mucho tiempo, lo que permite que sea transportado durante largas horas desde las comunidades más alejadas.

Pero con todas estas ventajas, ¿por qué no ha funcionado óptimamente para la generación de ingresos económicos?

Se ha impulsado su producción con un fin de comercialización. En un momento dado, hubo tanto apoyo económico de parte de las instituciones financiadoras que, en San Ignacio de Moxos, se construyó una planta procesadora de cacao que lleva más de diez años inoperante.

¿Cuál es el problema?

El cacao es un cultivo que requiere de constante manejo agronómico, desde la obtención del plantín hasta la época de producción. Necesita podas desde los primeros meses, una adecuada sombra, buena humedad en los suelos y también suelos fértiles. De estos factores, quienes promovemos este cultivo hemos dado más énfasis al manejo, fomentando las podas constantes como las que se realizan al cacao trinitario o al híbrido, que no es nativo de la zona y que se produce en grandes volúmenes en Alto Beni.

Los técnicos agrónomos que conocemos el manejo de cacao, entendemos sobre todo el cacao híbrido y hemos intentado replicar estas formas de manejo en los cultivos de cacao nativo durante muchos años. Hemos observado cómo este cacao criollo no ha respondido de la misma forma al manejo del cacao híbrido. Por lo tanto, se debe investigar junto con la experiencia de las y los productores cuál es la mejor forma de manejar este cacao criollo.

Errores sobre el manejo de sistemas agroforestales

Momento de la dotación: solamente dotamos especies, sin considerar si todas las familias estaban realmente interesadas en cuidar un nuevo sistema productivo. En muchos casos, se dotaron las plantas en época seca, lo que provocó que quienes las plantaran también las perdieran por sequía y que otros ni siquiera las plantaran por no perderlas en el campo.

Seguimiento: se abarcó una gran cantidad de familias, debido al financiamiento; sin identificar a las que verdaderamente estaban dispuestas a implementar sus sistemas agroforestales. Al tener un número muy alto de familias, un seguimiento constante y adecuado ha sido imposible. Hay familias a las que no se les hizo seguimiento desde que se entregaron los plantines y después de 20 años recién fueron visitadas de nuevo. Por tanto, no se sabe qué está funcionando y qué no.

También hay ejemplos de familias que, desde la implementación de los sistemas agroforestales, han tenido acompañamiento técnico y han realizado todas las actividades agronómicas al cacao. Pusieron las especies correspondientes en las densidades adecuadas, hicieron las podas constantemente, y año tras año las plantas florecieron generando ilusión de alta producción que nunca llegó.

He conversado con estos productores y expresaron su gran decepción con este cultivo, años de trabajo en vano. Un grave error del acompañamiento técnico ha sido no identificar las causas de la baja producción del cacao. Ver que las y los productores no tienen resultados productivos y no actuar para encontrar una solución es una irresponsabilidad del técnico que acompaña.

Deberían haberse realizado una serie de ensayos en el sistema productivo que no produce, hasta encontrar la o las acciones que mejoren esta situación. Hacer este tipo de acompañamiento requiere un compromiso de larga data, porque cada estrategia para mejorar la producción se vería probada con el paso de uno o dos años, lo que quiere decir que, para poder encontrar las soluciones a la baja producción de un cultivo como el cacao, se requiere de investigación y experimentación constante.

Organizaciones productivas: pasando a nivel de organización productiva, una de las principales causas del fracaso de estas organizaciones de cacao y otros cultivos es que no se crearon desde la demanda de los productores. Por lo que el sostén de estas asociaciones depende del apoyo institucional. Por ejemplo, las asociaciones del sur del Beni ni siquiera contaban con productores que tuvieran producto para acopiar, de esta forma es imposible llevar adelante la transformación de cacao y un florecimiento de las asociaciones productivas.

Pero hay ejemplos de organizaciones que crecieron, como es el caso de la organización de productores de Tipnis Sauce, quienes cuentan con familias que tienen cantidades de producción de cacao que les permite tener mayores ingresos económicos y promueven el crecimiento de las hectáreas de siembra de este cultivo en SAF. Estos productores tienen una organización que les permite acopiar el cacao en baba (en fresco) para luego ser beneficiado (proceso de secado de cacao) de una forma óptima y así vender un producto de calidad a empresas chocolateras, generando un círculo virtuoso donde se incrementa la producción al tener un comprador seguro, y hay un comprador seguro porque hay una producción segura. Es uno de los pocos casos exitosos de comercialización de cacao de Beni.

El valor de trabajar con sistemas alimentarios

Trabajar con sistemas productivos en la Amazonía me ha permitido comprender que la producción de alimentos no se trata solamente de cada cultivo, sino que es un sistema complejo que involucra los cultivos, el ecosistema y a la o el productor.

Comprender que el agricultor y la agricultora son componentes de este sistema me ha llevado a entender que la agricultura se debe practicar desde una mirada sociocultural y no meramente agronómica.

Por un lado, esta diversidad cultural influye directamente en la forma de hacer la agricultura. Comprender las particularidades va mucho más allá de solo observar las técnicas de producción que puede tener un territorio en específico, sino que significa escuchar y comprender el modo de vida que ha llevado a desarrollar estas técnicas. Estas lógicas son el motor para realizar actividades de diferentes tipos.

Por otro lado, anteriormente, pensaba en el productor como alguien que tiene que producir alimentos y si no lo hace hay un problema con él, por lo que no se debería trabajar con ese productor. Lo más seguro es que esta forma de pensamiento la haya desarrollado durante mi tiempo en la universidad, donde todo está dirigido a producir y ganar dinero. Al vivir en Moxos me dije a mi misma: “no, no es así”. A lo largo del tiempo he notado que las formas, los tiempos y los cultivos a los que cada productor le dedica su vida están determinados por sus motivaciones. Considero que los distintos pueblos amazónicos con los que he trabajado en el Gran Moxos pueden gestionar sus tiempos desde la pluriactividad. Esto debido a que tienen un ecosistema de abundancia, lo que les permite tener una producción que requiere quizás menos esfuerzo y tiempo para ver resultados.

Reconozco que hay otras formas de cultura, de convivencia comunitaria, entre familias, donde la vida no gira en torno al trabajo, al principio ha sido un choque para mí, pero luego, ha sido fundamental para comprender que esta forma de vida puede ser una resistencia a las líneas que te dictan los sistemas de colonización donde debes vivir para trabajar y, solo tras lograr una alta acumulación, tienes derecho a disfrutar. Te mandan a vivir una vida que dedicas a acumular dinero para una promesa de disfrute posterior. Y paradójicamente todos los que «acompañamos» desde la profesión hemos comprado esta promesa, trabajar para «tener una mejor vida» y «ser lo que los padres no pudieron ser», vivir para trabajar, para ganar dinero para en un futuro ser felices.

Comprender este aspecto y aplicarlo a la agronomía y al acompañamiento técnico me ha ayudado a cambiar la forma de ver mi trabajo, haciendo preguntas en lugar de dar respuestas e imponer.

¿Cuáles son los sistemas productivos que podemos apoyar? 

“Estos no deben ser definidos por técnicos como yo ni por ninguna ONG, sino por quienes viven en los territorios con quienes trabajamos”

 Son ellos quienes deben determinar en qué áreas necesitan apoyo, en lugar de recibir un proyecto ya elaborado y pensado desde fuera, sin comprender las actividades que realizan ni cómo quisieran mejorar sus prácticas productivas. Este aspecto es complejo porque se requiere mucho diálogo a nivel de pueblo, comunidad y familia. Es necesario entender que el objetivo del técnico no siempre coincide con el del productor, y que los números y valores de los indicadores de cambio para un proyecto no son los mismos que los de la familia. Además, los tiempos del productor son muy diferentes a los tiempos de los proyectos.

Mencionaba el ejemplo del cacao, porque he trabajado mucho con esta experiencia. El cacao es un cultivo que requiere observación continua durante de toda su vida. Tiene dinámicas diferentes según la zona, el suelo, el riego, el manejo y las variedades. En Bolivia, ni siquiera conocemos todas las variedades de cacao que existen, lo que implica que hay muchas geografías y seres con quienes seguir trabajando. Esto solo se puede lograr investigando y experimentando.

Desde su experiencia diaria con los cultivos y su conocimiento, quien produce sabe qué es lo mejor en determinados espacios y tiempos. Al combinar ese conocimiento con las prácticas de un técnico, se pueden probar diferentes métodos: un injerto, un tipo de poda, otro tipo de poda si el primero no funciona, otro tipo de injerto, y así sucesivamente. Se trata de probar constantemente qué funciona y qué no. Pero las dinámicas y necesidades de los productores no siempre permiten esta experimentación, ya que son personas que no tienen tiempo para trabajar sin obtener una remuneración. Viven al día, y esa es la realidad. No se puede pensar que el productor viva al día debe cambiarse. El trabajo consiste en mejorar y solucionar los problemas que ellos enfrentan, no en cambiarlos a ellos porque no se adaptan a nuestras soluciones.

Las experiencias que uno comparte con los productores también están aprendidas de otros productores. Conocer la forma de trabajo de los sistemas productivos de los tsimane me ha dado insumos para llevar a otras familias productoras. Tienen sistemas productivos con muy poca incidencia de plagas, con mucha diversidad de cultivos, con buenos rendimientos, con formas de almacenamiento eficiente. Es un espacio de aprendizaje de sus habilidades, sus capacidades y su dominio del manejo de suelos.

Estas experiencias me han permitido replantear la mirada de acompañamiento y ha sido muy enriquecedor. Creo que lo que más ha transformado mi forma de ver la producción de alimentos es que no hay una única regla. El objetivo ya no es producir gran cantidad de un cultivo rentable para venderlo y tener dinero. Hay una diversidad de actores, cada uno con una visión, una necesidad y un potencial distinto en su agricultura, y mi obligación como técnico es tratar de entender lo más rápidamente cuál es esta lógica, hacer un diálogo horizontal en el que se pueda plantear lo que ofrezco como técnico, y escuchar lo que ellos saben de uno u otro cultivo, para que esta combinación funcione después de haberlo experimentado.

Esta convivencia es dinámica porque involucra factores como el ecosistema que incluye clima, suelos, agua, plantas, la respuesta de los cultivos, la respuesta de las especies acompañantes, la respuesta del sistema a diferentes estímulos; todo lo que pasa en estos sistemas que no vemos o que poco entendemos, pero que están sucediendo. Es un reconocimiento de que el sistema tiene su propia forma de hacerse, de crecer, de desarrollarse, que es un individuo independiente, y que se debe respetar, que este sistema productivo tiene sus propias dinámicas y no se lo puede controlar ni homogenizar.

Esta mirada, desde la que se reconoce que el sistema productivo es alguien de quien aprender y con quien tengo que dialogar —algo que está siempre a prueba—, es algo que me ha impactado mucho.

Experiencias que sirven como referencia

La dinámica del municipio de Baures ofrece una experiencia notable. Este pequeño municipio, ubicado a casi 400 kilómetros de la capital beniana, ejemplifica una realidad única en la región. El acceso a Baures es desafiante: ocho horas de viaje por una carretera típica del Beni, en mal estado y con poco mantenimiento. Esta situación, que dificulta el intercambio comercial con el resto del país, ha propiciado un desarrollo local singular.

Frente a estas adversidades, los baureños han forjado una sinergia notable entre el centro urbano y las comunidades circundantes. El municipio se destaca por su esfuerzo en mantener buenos caminos vecinales, permitiendo el tránsito fluido incluso en época de lluvias, algo poco común en la región.

Esta conectividad interna ha fomentado un comercio local vibrante. Productos como yuca, plátano, frutas de temporada, arroz, maíz, frijol y, destacadamente, el cacao —proveniente de los cacaotales silvestres más extensos del país— fluyen de las comunidades al centro urbano, formando la base de la economía y la dieta local.

El caso de Baures contrasta con otros municipios de Beni, donde los centros urbanos suelen abastecerse de productos foráneos debido a las dificultades de transporte interno. Trinidad, por ejemplo, se surte de Santa Cruz, mientras que San Ignacio de Mojos, San Borja y Rurrenabaque dependen de La Paz.

El relativo aislamiento de Baures ha propiciado un sistema más autosuficiente, sin excluir completamente el intercambio externo. Esta situación ha fomentado una organización comunitaria sólida y una gestión colectiva de problemas comunes, fenómenos poco frecuentes en la región.

La movilidad interna se ve facilitada por el uso generalizado de motocicletas entre las familias de las comunidades, permitiendo viajes frecuentes al pueblo para comerciar. Asimismo, los habitantes del centro urbano se desplazan a las comunidades para adquirir productos, creando un ecosistema económico local dinámico y resiliente.

Antes mencioné un subproducto de yuca, el chivé que se produce en grandes cantidades en la comunidad de Altagracia. Las familias productoras suelen vender su producto antes de que esté listo, y los compradores del pueblo se desplazan a la comunidad, ubicada a tres kilómetros, para reservarlo. El consumo de este producto está tan arraigado en la cultura local que la comunidad cuenta con un mercado seguro dentro de la misma población, lo que genera un movimiento económico más sostenible y estable.

En el municipio, los productores de miel tienen asegurado un mercado interno. Producen miel durante todo el año y la venden en el pueblo. De manera similar, los recolectores de cacao encuentran compradores en el camino antes de llegar al pueblo; estos, con dinero en mano, esperan para adquirir el cacao en baba.

La posibilidad de recibir el pago el mismo día de la recolección de cacao o la venta de chivé se alinea con la forma de vida del indígena y campesino de tierras bajas, en Beni. Estos habitantes viven el presente y prefieren recibir el dinero lo antes posible. Este aspecto cultural es crucial al considerar proyectos o emprendimientos, ya que el productor prioriza el ingreso inmediato.

Es fundamental entender esta lógica del pago diario para llevar a cabo cualquier emprendimiento económico productivo. Sin embargo, muchos sistemas productivos sostenibles están diseñados a largo plazo, lo que genera una incompatibilidad entre las propuestas económicas sostenibles basadas en la agroecología y las necesidades inmediatas de la gente amazónica. Esta aparente contradicción debe ser considerada por todos los actores productivos y quienes desarrollan proyectos.

El caso de Baures puede servir como un ejemplo para otras áreas de Beni sobre cómo un municipio puede operar eficazmente dentro de un sistema semi cerrado.

Proyectos de desarrollo, una mirada crítica

A lo largo del documento se han abordado varias problemáticas desde una perspectiva crítica, enfocándose principalmente en los programas y proyectos, tanto gubernamentales como de instituciones no gubernamentales, que se diseñan e implementan de manera vertical. Estos proyectos se desarrollan desde el exterior, con un desconocimiento profundo de la cultura, las particularidades de la zona y las potencialidades y habilidades de los sectores con los que se trabaja. Las agendas de trabajo ambiental, productivo, de conservación y de género no están alineadas con las necesidades y realidades locales; más bien, parecen responder a una agenda global. Da la impresión de que estos proyectos llegan influenciados por corrientes occidentales que miran las problemáticas de la Amazonía desde una perspectiva ajena, y aunque las problemáticas son comunes en toda la región, el diseño de los proyectos no se ajusta a la realidad a nivel familiar y comunal de las personas a las que se pretende beneficiar.

La mayoría de los proyectos productivos están enfocados en obtener resultados que corresponden a la etapa final de un emprendimiento económico. Por ejemplo, los objetivos se centran en incrementar los ingresos por ventas, aumentar la producción, generar marcas de productos y demostrar la sostenibilidad económica de las familias como resultado de estas intervenciones.

Sería deseable que las familias con las que trabajamos pudieran alcanzar excedentes productivos que se comercialicen de manera sostenible en mercados justos y que les permitan tener liquidez económica. Sin embargo, las condiciones y dinámicas de vida actuales de estas familias están en una etapa inicial, lejos de los objetivos propuestos por los proyectos económicos.

Si los proyectos se plantearan desde las lógicas propias de las familias que son acompañadas y si se tuviera en cuenta la extensa experiencia que ya poseen, se habría avanzado mucho más, en lugar de perseguir metas externas impuestas. Continuar con las formas actuales de acompañamiento, llevando propuestas externas y definiendo lo que las familias necesitan según nuestra visión, y diseñar proyectos que funcionan según nuestra lógica sin considerar las realidades rurales de la zona, no es efectivo. Estas familias todavía enfrentan problemas de acceso a caminos, dificultades para comercializar sus productos sin un sistema que garantice seguridad de mercado, y lidian con el flujo económico diario que sostiene la Amazonía.

Un ejemplo ilustrativo es una experiencia en el municipio de Guanay, donde se implementó un proyecto de “Sistemas agroforestales sin fuego” en la zona de amortiguamiento de un área protegida. El objetivo principal era reducir el impacto en el área protegida, por lo que las comunidades de la zona debían practicar la agricultura sin fuego para evitar posibles incendios forestales. Aunque la intención era loable, los resultados esperados por el proyecto difícilmente se lograrán en cinco años, y quizá no se alcancen en décadas, debido a que la cultura de producción con fuego está profundamente arraigada entre los agricultores, y estos cambios no ocurren de manera repentina.

Promover la agricultura sin fuego sin comprender todos los beneficios que el uso del fuego tiene para los agricultores es algo destinado al fracaso. La complejidad aumentó porque se introdujeron sistemas agroforestales por primera vez para ser implementados por comunarios que tradicionalmente cultivan arroz como cultivo principal. Por lo tanto, presentar sistemas agroforestales sin fuego como un éxito en los primeros años es solo un dato para informes, pero no refleja la realidad. Puede haber un avance en el reconocimiento de la zona productiva y en la propuesta de alternativas productivas, pero no se habría progresado significativamente en el objetivo de producir sin fuego en la zona.

En consecuencia, los objetivos de los proyectos están a menudo muy alejados de la realidad de las familias con las que trabajamos. En lugar de imponer objetivos externos, deberíamos avanzar paso a paso, y para ello se necesita diálogo y escucha activa.

A manera de cierre

Como agrónoma, estoy convencida de que es necesario tener una mayor formación en el aspecto social, ya que trabajamos con personas y no solo con plantas.

Considero que existe una amplia experiencia en proyectos de desarrollo productivo en la Amazonía, pero estos no han llegado lo suficiente a las familias para fortalecer los aspectos que más les dificultan o preocupan. Es crucial realizar un cambio de paradigma en la forma en que se proponen y ejecutan los proyectos. Se debe tomar en cuenta la lógica de las familias a las que se pretende apoyar y planificar trabajos conjuntos que estén alineados con su gestión del tiempo, y que sean susceptibles de redireccionarse si es necesario. Reconocer las lecciones aprendidas de trabajos anteriores no es un fracaso, sino una manera de evitar repetir lo que no funciona.

Puede parecer simplista afirmar que un punto de partida para un nuevo paradigma es preguntar a las familias qué es lo que realmente desean. Como mencioné anteriormente, no es fácil para nadie reflexionar y expresar con claridad lo que en realidad queremos, especialmente si este componente busca contribuir al sentido de plenitud de las personas. También es evidente que todos, incluidos los pueblos indígenas, estamos influenciados por el prototipo de «felicidad occidental», enfocado en acumular capital indefinidamente como modelo de éxito. Lo vemos en todas partes, y nos ata como un lazo, privándonos de libertad.

Uno de los grandes potenciales de los pueblos indígenas y campesinos es que han «fracasado» más en este modelo, manteniendo, aunque a costa de mucha lucha, las particularidades arraigadas a las costumbres que les brindan felicidad, como la vida en comunidad, la contemplación de su territorio y el disfrute diario de vivir cada día en su totalidad, sin atormentarse por el futuro.

Aunque desearía tener una receta para cambiar la forma de trabajar en conjunto entre quienes cumplen un rol de acompañamiento y quienes son acompañados, no puedo ofrecerla porque no existe. Sin embargo, estoy convencida de que lo que el sistema capitalista occidental considera desventajas, son en realidad las ventajas de los pueblos indígenas y sus descendientes, y deben ser analizadas y promovidas hasta su florecimiento.

Por último, considero fundamental pensar en propuestas que involucren un diálogo multiactor, que incluya el papel de las instituciones gubernamentales, organizaciones, instituciones no gubernamentales y ganaderos, como actores no sensibilizados que influyen directamente en la dinámica de la vida en los territorios.

1 Agrónoma, trabaja con fertilidad de suelos, agroforestería sintrópica, agroecología. Realizó investigación sobre sistemas agroforestales, evaluación de biodiversidad bosques de cacao y en el bosque de Eva Eva. Investigación en avance en la implementación del programa de especies oleíferas en la Amazonía sur de Bolivia. 

2 Se hace referencia a “familias productoras” o “productores” recalcando que son productores pertenecientes a comunidades indígenas que habitan la región, particularmente del pueblo Tsimane, Moxeño Ignaciano,
Moxeño Trinitario, Baure, entre otros, y también comunidades auto-identificadas como campesinas.
 

3 Se ha trabajado con organizaciones no gubernamentales. 

4 El municipio de Baures se encuentra en la provincia Itenez del departamento de Beni, a unos 400 km de Trinidad. Ha sido históricamente habitado por el pueblo indígena Baure. En este municipio se encuentran los más grandes rodales de cacao silvestre del país. Tiene una superficie de 16.000 km² y cuenta con una población de 5.965 habitantes según el Censo INE 2012. 

5 La miel de caña o melaza es el resultado de la cocción de del jugo de caña de azúcar que alcanza una densidad especifica similar al de la miel. El empanizao, es también el derivado del jugo de caña de azúcar, solo que a diferencia de la miel de caña éste es sometido a mayor tiempo de cocción, dando como resultado un producto sólido que se vende en tablillas. 

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